domingo, 27 de mayo de 2012

corrupción del noa, responsabilidad de viajeros.


Yo me había enamorado de la provincia de Tucumán y su gente en 2007, junto a viajar con amigos. Volví en 2009 para conocer la región y renové el romance. Me fascinó tanta mirada pura y a los ojos, tanta sorpresa de la gente por nuestro mundo, preguntas y miradas observadoras (yo viajaba con una finlandesa y otra amiga con el pelo fuxia). Cada vez que llegábamos a un lugar las personas nos daban la bienvenida y nos decían que se sentían honrados con nuestra presencia; que esa era su tierra, que la amaban y querían mucho, que por favor la tratáramos con respeto. Yo sentí vergüenza por la manera en que se trata al turista en mar del plata. Todos me dijeron cuando volví y les conté que era otra clase de turismo con otra clase de gente. Tuve miles de charlas sobre eso y con algunos llegué a consensuar que era un ida y vuelta, esa como todas las relaciones, junto con el compromiso de intentar pensar distinto a los viajeros que nos visitan en temporada e intentar tratarlos diferente, porque nadie puede decir que no es emocionante encontrar a alguien que llega a su ciudad a conocer el mar.
La informalidad, la comida callejera, su pasión por el vino patero y el folklore; humitas y tamales, chicha; la manera de tratarnos, los relatos sobre su vida y el lugar. Ellos realmente nos compartían los momentos que pasábamos juntos con una entrega total de lo que les pasaba por dentro. Hospitalidad, honestidad y desinterés, por más de que más de uno vivía todo el año con lo que sacaba en temporada. Amor por su tierra e historias de sus abuelitos ahicito nomas. La humildad con la que nos interrogaban y nos escuchaban. Todo eso y mucho más llegó a su máxima expresión cuando entré con toda mi inocencia a las ruinas de la fortaleza de los Quilmes.  En mar del plata hay un equipo de básquet que se llama igual en su tributo y al cual fui a ver durante tres año casi sin faltar en una época muy difícil de mi vida. Fue impresionantemente conmovedor sentir la sangre que corría por las laderas de aquella montaña y de todo el valle. La historia de que mis amados kaktos eran un grupo de Quilmes que se había escondido para atacar cuando los otros le dieran la señal en la última batalla contra la invasión española y como mataron a los guerreros que debían avisarles, ellos se quedaron esperando sin que nadie los llame o valla a buscar durante días, comprendiendo que todo su mundo había sido masacrado. Entonces la pacha se apiadó de ellos y los convirtió en kaktos para que pudieran seguir en su tierra y protegiendo su valle eternamente. Y pensar que a los que sobrevivieron los llevaron caminando a buenos aires para exponerlos en un museo hasta que ellos decidieron dejar de procrear para autoextinguirse. Y pensar también que en las ruinas de Quilmes fue el único lugar donde vi catalogada la colonización inka como invasión.
Me alegré muchísimo de que estuviera de moda el viaje a la zona y que tantos europeizados como yo tuviéramos oportunidad de estar ahí.  Escalarla, imaginarlos, al ritmo de las canciones de la cancha y en su ejemplar resistencia; en los nuevos abusos sobre sus ruinas cometidos por la junta militar que durante la dictadura reformó la estructura, destrozándola, para quitarles puestos de trabajo a sus descendientes como guías del lugar y a nosotros nuestros orígenes. Esas lágrimas, esas olas de emoción en la espalda y el sol del altiplano consolándome, son lo que me trajeron de vuelta acá, ahora, para decirles a todos ellos que si viajamos tanto para conocer y aprender su cultura , no están tan muertos, ni los inkas ni los españoles ganaron tanto, ni la puta junta militar. Ahí sentí que esa ebullición en la sangre y en el pecho eran mi ser latinoamericano  y que nunca mas quería vivir en ese occidente tan acartonado y pecho frío. Saubí hasta la cima (bajo mi propia responsabilidad y riesgo, porque las ruinas no son subvencionadas por ningún gobierno y no tienen seguro) y les prometí volver, una y mil veces.
Para mi el noa era todo eso, mas los miles de pueblos que  no había llegado a conocer ese verano, más los relatos de los viajeros más intrépidos que yo.
En amaicha me fue bien, Catamarca me sorprendió, pero ya en cafayate nos trataron sin esa hospitalidad ni simpatía, en salta me quisieron cagar y en Tilcara la sra. de la terminal no me había querido ayudar a recuperar mi mochila con planes de quedársela. Tenía ruido adentro, pero también sueño que siempre me pone de mal humor, asique opté por la siesta ni bien llegué. Entre una cosa y otra duré en Tilcara quince días y ahí tuve oportunidad de investigar.
La gente del pueblo, sobre todo los que tenían comercio, en su mayoría maltrataban y bastante más al foráneo. Los de los hostels eran casi todos no nacidos en el noa, o sea capital de afuera que iba a aprovechar el auge turístico, muchos europeos. Los precios de los hospedajes habían subido muchísimo, desapareciendo las opciones ultraeconómicas que yo había usado con tanto placer. Inflación y crecimiento del pueblo como lugar turístico, bueno, declarado patrimonio de la humanidad, blablá.
Me había gustado mucho también de mi primer viaje que había y ese apoyo mutuo entre norteños que intuí. Los tucumanos veraneaban en Tilcara por ejemplo. En este viaje no hubo mucho de eso y en su lugar gringaje. Yo siempre había sido de la idea de no subestimar extranjeros, porque son personas y porque vienen de muy lejos a conocer, una mínima chance se merecen por mas de que odiemos a los yankies. Los dos o tres extranjeros que yo había conocido en mi primer viaje al noa se transformaron en veinte franceses viviendo en el pueblo para mamarse todos los días, maltratar a y menos preciar a la gente del lugar  y otros muchos tantos gringos de distintos lugares que llegaban soberbiamente a diario. Obvio, también los hubo humildes y respetuosos del lugar y su gente, capaz mucho mas sabiondos de todo eso que yo.  También se sumaban muchísimos citadinos que dejando la urbanización atrás se habían comprado una parcela en las sierras. Ellos eran despreciados por los lugareños, que a su vez eran ignorados por los excitadinos. Turbio para la idealización con que yo había llegado. Bastante horrorizada ya, interrogué a un tilcareño de mi edad que había sido viajero cósmico mucho tiempo. Manifestó que los lugareños que trataban mal a la gente eran unos boludos que todavía no entendían que a mejor trato mayor propina. O sea, yo viajera soy para vos una moneda. No, no, bueno vos no porque estas de hipie, losa extranjeros o las flias de buenos aires. Tuve miedo de que esperara algún tipo de pago por la charla y lo odié por ser parte de lo que yo había amado.
Fui dos veces a las cuevas de waira (viento) que son un rastro de aquella cultura entre los cerros. Las dos veces sin guía porque con mis grupos nos gustaba más llegar solos a un lugar que la excursión armada y porque cuanto menos dinero se usa uno menos se corrompe.  En la segunda nos paró un señor, preparándonos para que nos sentáramos a charlar. Los uruguayos casi si lo morfan y fue una sorpresa para mi que hayan resultado tan enojones y pocas pulgas.
Yo represento a la comunidad. ¿a qué comunidad? A la de la zona. Ustedes vienen de la ciudad y no entienden, la pachamama es todo y somos todos; aca respetamos a las piedras, a los ríos y a los cerros, porque todo es la pacha. Ustedes vienen de la ciudad y están acostumbrados al consumo, a que no les cueste más conseguir las cosas y a no dar nada a cambio. A mi cultura la saquearon los españoles (en Jujuy si fueron colonizados por los inkas y no lo consideran saqueo o invasión) después los comerciantes y ahora los turistas. Este cerro es nuestro y nos tienen que pagar para pasar. Todos nos solidarizamos con las victimas, pero a nadie le guta que lo traten de invasor, usurpador, saqueador o boludo incapaz de conocer a la pacha. Además nos prepeaba con darle algo a cambio. Yo que soy bastante psicópata cuando lo necesito, porque me consta que funciona a las mil maravillas, le di la razón en todo y le di mis condolencias por las faltas de respeto que seguramente habían sufrido, pero le confesé con vergüenza que habíamos salido a la expedición sin dinero porque nadie nos había dicho, y que rabia la poca información sobre su cultura y su cerro. Los porteños lo putearon y los uruguayos mas, tanto que pensé que se agarraban.
Bueno, me tienen que dejar algo si quieren pasar (si eso no es un robo que es?) porque ustedes los de la ciudad no valoran la posibilidad que tienen de conocer todo esto que para nosotros es sagrado y nunca quieren dar nada a cambio por lo que tienen. Se  paró el uruguayo más grandote y yo pensé que llegaba el desenlace; pero no, el lugareño que ni siquiera nos había sabido decir el nombre de su comunidad, era terco y obstinado, pero quería plata, no un golpe. Volvemos a estar de acuerdo, dije yo para tranquilizarlo, a mi siempre me gusta devolver todo lo maravilloso que recibo, casi siempre planto las verduras que consumo o sus semillas. Si todos, obvio, dijeron los demás artos de que nos traten de boludos. Te dejo mi botella de agua que es lo más preciado que tengo en este momento. No, no, yo agua tengo y puedo conseguir. Ah! Bueno, la naranja. Quería plata el hijo de puta. No tampoco. Y que puede ser? Plata, para pasar tienen que pagar. La coca será muy sagrada y natural, pero también tiene sus efectos violentos y agresivos. Le dimos una camperita de algodón que nos habíamos encontrado tirado por el camino y nos dejó pasar. Una vez en la cueva nos cruzamos con otros guías pero ninguno se mostró tan violento ni agresivo, aunque supimos que eran de la misma comunidad.
Hasta aca nada que no se pueda intuir sobre las consecuencias del progreso en un lugar noble, pero lo que yo queiro preguntar es la responsabilidad de nosotros los viajeros sobre que eso pase. Que los gringos irrespetuosos tengan que ver directamente sobre el maltrato de las sras. de las tiendas, obvio. Pero me planteo la culpa que tengo yo ¿qué derecho tenía a idealizarlos de semejante manera, de recomendarle a todo el mundo que los valla a conocer? Siento que arruinarle la vida al pobre de Maradona no nos bastó  y no aprendimos aun que endiosar algo o a alguien corrompe, lo corrompe y nos corrompe. Pienso también en todas las veces que me dijeron que era linda o inteligente y me hartaron tanto que me esforcé mucho en ser lo contrario. No se, boca abierta.
Es difícil el tema para los que preferimos estar en lugares chicos y no urbanizados  en los que no nacimos, porque nuestra presencia ya es crecimiento turístico y el germen de que se lo urbanice después y se corrompa. En México estuve en un pueblo que vivía de cobrarle a los gringos esa precariedad. Una noche en una cabaña en Tulum sin luz y sin gas salía mas caro que un old inclusive en cancun. Es un ejemplo, no estoy para nada de acuerdo con preservar los lugares usando como filtro exclutorio el dinero.
Obviamente en la zona había mucha menos pobreza que en mis primeros viajes  y estuvo buenísimo que así sea, pero yo sentí que esa gente ya no era feliz con solo su valle y fruta de estación. Quizás ahora sentían que les faltaba todo lo que les habíamos mostrado que existían en nuestros viajes (no hablo de un celular, sino de comer galletitas todo el día). Me pregunté si me había llevado todos los elementos por los que los idolatraba y les había dejado escuchar música en el celular todo el tiempo y comer galletitas a cada rato; o qué de ambición y envidia para querer cobrarte de ma´s. pero me angustiaba mucho más manera que yo había tenido de relacionarme con ellos, porque para mi había sido muy noble expresarles mi admiración y el honor de que me recibieran de esa manera. No pude encontrar el momento en que se hubieran cagado las cosas, o eso que no volvería a  hacer sabiendo las consecuencias. Lo único que se me ocurre es proponer una reflexión sobre nuestra responsabilidad con esas cosas, con no corromper gente o pueblos cuando viajamos, con no idealizar. Y me molesta mucho que no se me ocurra algo más. 

martes, 22 de mayo de 2012

Antofagasta: odisea de ida, estadía y vuelta: 3


Nos sentaron en los asientos de adelante mientras todos los niños cantaban canciones de verano del 98 y tocaban la guitarra. Nos reímos como quien se burla de lo insoportable que podía haber sido ese viaje si no nos hubiera pasado nada de lo que nos había pasado antes de lograr subir. Todo parecía ir bien hasta que el chofer de David Lynch paró y le entregó el mando al otro chofer, porque a él le correspondería hacer los caminos más arriesgados, y se sentó detrás nuestro con su mal aliento y ganas de charlar. Yo ni siquiera me dí vuelta a mirarlo, pero los morbosos de bil y bel sí, porque nunca escatiman esfuerzos si material para reírse después se trata. En una me tenté y miré a ver qué hacían y David aprovechó para disculparse por el maltrato infringido hacia mi persona con la excusa de que estaba nervioso. Lo disculpé por supuesto y decidí darle una segunda oportunidad.
A los veinte minutos paró el bondi y todos los nenes se bajaron en estampida. Vamos a buscar muestras de roca volcánica para hacer replicas de puntas de flecha. Me bajé detrás de ellos para chusmear y agarrar alguna piedrita para mi y de paso ver si me podía hacer amiga de algunao porque la arqueología fue de mis primeras vocaciones.  Ninguno me miró o habló, pero pude agarrar una piedrita y convencer a bily y bele de que bajaran a agarrarse una también.  A los segundos veinte minutos volvió a parar pero esta vez a que los antis con los que  viajábamos se sacaran fotos con una nube alucinante que había en el cielo. Ya nos empezaba a hartar esa historia de ahorrarnos plata a costa de que nuestra paciencia aguantara tantas estupideces, pero una nube de la ostia es una nube de la ostia, con o sin paciencia; asique bajé.  Después de sacar mis fotos, a bil se le ocurrió que saque con su cámara también; entonces me acerque a la ventanilla del chofer que David Lynch a quien bil se la había pasado para que me la alcance, y el muy descarado no solo me sacó una foto con su cámara si no que con voz macabra dijo: ahora voy a tener una foto tuya para siempre. Yo no pude reaccionar, a penas subí las cejas mientras él se reía. Subí al bus asustada y le hice prometerme a bel que me iba a ayudar a robarle la cámara y borrar la foto. La guardó en el bolsillo de su campera de jean y no se la sacó hasta que nos bajaron del bondi en Amaicha, asique el muy hijo de puta, se quedó con mi foto nomás.
A los quince minutos de la sesión de fotos a la nube todos los niños habían pasado al país de los sueños asique nosotros empezamos a pensar en descansar. En mitad de la noche se frenó el bus para el cambio de choferes y los tres sentimos algo raro sobre la futura gestión de David Lynch al volante, pero nadie lo dijo. El bus se movía bastante por lo malo de los caminos y era común despertarse sobresaltados por golpes o dobladas rápidas. Pero el chofer de David Lynch incorporó la novedad de bajarse de un salto con piernas muy flexionadas cada vez que tenía dudas sobre el camino (cada vez que un río cruzaba la carretera esta interrumpía su pavimento por lo menos cuatro metros que en la oscuridad de la noche  eran suficientes como para no saber para que lado seguía, y estaba muy bien no buscarla desde el bondi porque podíamos quedar encayados). Yo empecé a creer que habíamos tenido que hacerle caso a bel y no viajar con semejante loco por semejante camino y me resigné a no dormir y agarrarme fuerte por lo menos hasta el cruce, pero la verdad es que me acuerdo de haber tenido esa reflexión y despertarme en la estación de servicio de amaicha del valle al siguiente momento. Llegar, llegamos bien. Nos bajamos y el chofer de David Lynch nos acompañó hasta adentro de la gasolinería y saludo contento, yo le sonreí con toda mi cara, aliviada y feliz de no volver a verlo.
Nos compramos unos chocolates cada uno para que esa gente no creyera que íbamos a usurparle así la estación sin consumir nada, y nos acomodamos en los maravillosos asientos y mesas que había, listos para amanecer al día siguiente.
Nos despertaron a las ocho porque tenían que limpiar, el bus a cafayate salía a las diez asique hicimos dedo una vez más mientras tomábamos mate y esperábamos el bondi. Nadie que fuera en esa dirección nos frenó y con el tiempo necesario suficiente para caminar desde la rotonda hasta la terminal de amaicha empezamos a acercarnos. A los veinte minutos me pareció que tan lejos no quedaba y al preguntar nos enteramos no solo de que íbamos en otra dirección, sino de que ya no llegaríamos a tomarlo y debíamos esperar el de las tres de la tarde que era el próximo. Perdón! Si hay algo que se puede decir de la gente que viaja conmigo es que son muy buenos y tolerantes, y por algún motivo que desconozco se imaginan que puedo llegar a bardearla así, entonces, llegados estos momentos que suceden mucho mas a menudo de lo que yo esperaría que sucedan, no se enojan tanto conmigo como sería de prever.
Compramos los boletos y cerveza y acampamos en plaza listos para jugar un buen rato con el efecto ojo de pez de mi cámara.  Nos reímos bastante consientes de que ahí estarían esas fotos para cada vez que nos quisiéramos volver a reír. Se hizo la hora y tomamos el bondi  a cafayate. A los cinco minutos de subir a bel se le ocurrió ir al baño y quedó encerrada, asique tuve oportunidad de devolver al universo el favor que me habían hecho al liberarme, pero bel quedó en deuda. Después fue bil y cubrió su deuda cuando pasó el chico que iba detrás nuestro leyendo la autobiografía de Nietzsche. Yo le quise charlar como quiero charlar con toda la gente que lee Nietzsche, pero me parece que a él le gustaba el lado más depresivo y serión que la risa que yo representaba en ese momento porque la charla no prosperó. Y cada vez que alguien iba al baño le contábamos de la gente de Antofagasta y el chofer de David Lynch y la informábamos de su deber de rescatar al próximo en entrar al baño. Algunos se prendían y otros no, como siempre, pero nos reímos mucho y las tres horas se hicieron cinco minutos.
Bajamos en cafayate y me despedí del chico eche homo y su melena. Paseamos durante veinte minutos mientras discutíamos que hacer y decidimos ir en taxi hasta salta la linda. De las cosas maravillosas del noa es que muchas veces un taxi entre tres es más barato (uno o dos pesos) que los tres pasajes de un bondi de larga distancia.  Tomamos el taxi con un lugareño que habló con el chofer todo el camino y entre los dos nos ignoraron abiertamente, yo recordé al chofer de la primera vez que había hecho ese camino y comencé a sospechar que algo había cambiado. Disfruté y fotografié la quebrada del rio las conchas hasta que el sueño pudo conmigo.  Llegamos a salta capital en medio de un diluvio, averiguamos que el bondi a Tilcara salía a las siete de la matina, dejamos las mochilas en la guardería de la terminal y salimos a buscar la cena.
Comimos sandwich de mussarela completo y con fritas en un chiringo que a penas nos defendía de la lluvia y cuando hubimos terminado el vino salimos en busca de un bar. Llegamos empapados al único lugar hasta el momento abierto un lunes y tomamos algunas cervezas rodeados de gente más joven y más metalera que nosotros. En mis salidas a la puerta a fumar me hice amiga de un saltañero feo pero interesado que me contó de un boliche a unas pocas cuadras. Los chicos se empecinaron en ir y no me quedó otra alternativa. El lugar era antiguo, con pisos de madera y poca trayectoria como antro; tenía dos barras para cambiar la consumición y la gente estaba agrupada en círculos según el género. Pasaban punchi y bailaban cumbia. Todos y todas estaban vestidos más o menos igual por lo que se notaba mucho que éramos turistas. Bil actuó de garantía anti levante, asique bailamos entre los tres sin hacerle caso al genero musical para estar a tono aunque sea en algo.
Cuando terminé de fumar el pucho que había salido a degustar a la vereda, ya con sueño y cansancio, me fueron a buscar para irnos, que conexión! Tuvimos que caminar de una los tres tramos de diez cuadras que habíamos hecho con pausas a la ida y se sintió mucho e frío, el sueño y el cansancio. Llegamos a la terminal, calentita y seca y me desmayé sobre tres asientos sin ver a los chicos hasta que el policía me informó violentamente que me podía acostar en los asientos. Ahí los vi a bil y a bel detrás mio, sentaditos con el mismo problema, y me desmayé sentada, sin ningún tipo de ganas de enojarme con el rati. Cuando abrió la guardería fuimos a buscar las mochilas y la chica me quiso cobrar dos turnos en vez de uno, volví a sospechar que algo había cambiado en la gente de mi amado noa, pero estaba demasiado dormida para hacerle preguntas o establecer hipótesis. Tomamos el micro, previa advertencia del chofer de  un imprevisto transbordo en Jujuy capital.
Dormí maravillosamente feliz en el mullido y mas horizontal asiento del colectivo hasta que me tuve que cambiar de bus y me volví a dormir. Cuando llegamos a Tilcara estaba todo gris y hacia frio. Bajé del bus y fui a ver que hacían los chicos que me llevaban ventaja. Los vi en la fila de  esperar el equipaje y me formé para esperar el mio también. Vos que haces aca? Me dijo bil, vos no despachaste, la tuya es chiquitita, no te habrás dejado la mochila en el transbordo?. La puta madre.
Hable con el chofer que muy amablemente hizo una llamada y me aseguró que mi mochilita estaba sana y salva en el taller. Me informó además que de la terminal todos esos micros van al taller asique no era posible que yo no la recuperase. Me acompañó a hablar con la sra. de las encomiendas para que ella actúe de contacto entre la gente que manipulaba mi mochila y yo. A la sra. no le gustó ni medio ese rol y en vez de llamar se dedicó a hacerlo por chat, con una mala voluntad y lentitud intolerante, previo querer convencerme ni bien el chofer se fue, de que no la iba a recuperar. Los chicos me dejaron el mate y se fueron a buscar hospedaje. Yo aproveche para desayunar en silencio como a mi me gusta y escuchar música cuando hube superado el momento de meditación. No me moví de la terminal hasta que por fin llegó la mochila, sana y salva en la cabina de los choferes y le prometí que nunca mas la iba a olvidar debajo de asiento. 

antofagasta: odisea de ida, estadía y vuelta: 2


Unos segundos antes del viento atroz de las siete de la tarde, el idiota del santafesino que había cambiado rockearla por religión busca ovnis contó, interrogado por el catalán, que además de en sueños los ve en las montañas y en puntos que ellos le dicen (en sueños) y que estaba en ese pueblo para hacer contacto. Que interesante, dije yo con todo mi ser poniéndole onda a la situación. Y entonces me invitó a verlos subidos al cerro que estaba detrás del cementerio ese mismo atardecer. A esa altura yo ya me había tomado la situación como una performance de actuación y estaba tan empecinada en cumplir con mi papel  y a serle fiel a un personaje que me había inventado mientras él hablaba, que le dije con mucho entusiasmo que sí. A veces me dejo llevar demasiado y esos momentos son los que después fundamentan mi fobia e  hipótesis de que hay que tener cuidado con la gente, porque a veces uno se pierde en los vínculos. Enseguida me dí cuenta del error, pero confíe en mi capacidad de improvisar para cuando llegara el momento. A los pocos minutos de que el  atroz pero salvador viento de las siete de la tarde nos abstrajera de las boludeces fingidas del santafesino, él interrumpió el divino silencio para aclararme que la invitación era sólo para mi, que si yo lograba reunirme con mis amigos antes del atardecer caducaba. Me dio muchísima risa que no tuviera vergüenza en excluir y empecé a sentirme tranquila porque no lo había juzgado de indeseable en vano.
Llegamos al reparado, cálido e iluminado hogar de Paqui, puse el agua para mi mate y preparé mis cuadernos para escribir un rato, organizar mi experiencia y concentrarme en que bil y bel llegaran esa noche al pueblo.  Mientras yo disfrutaba de estar sentada y en charla conmigo misma, se apareció y me informó que faltaban veinte minutos, por si me quería bañar o algo, que el avistamiento se producía entre las ocho y las ocho y veinte, que no nos podíamos demorar. Ya no era necesario que yo me esforzara más por contener la risa, asique le dije abiertamente que prefería tomarme el  mate y seguir existiendo sin él ni sus ovnis. A partir de ese momento no me habló nunca más y fue el único evento que podría catalogar como religioso del día.
Después se apareció Paqui, que todavía era buena y dulce, con la historia de que la ex senadora de Catamarca estaba ahí y que íbamos a amasar fideos. Me morí de amor por la pasta, por amasar con Paqui y por la historia de la mujer que no me quiso decir el nombre, pero que desde siempre iba  por lo menos una vez por mes  a Antofagasta para recorrer  la región sin decirle a nadie de su cargo y que hacía unos meses Paqui se había enterado que había sido  senadora pero que ya no era. Durante la cena aproveché a charlar con ella sobre todo lo que pude:  que me contara sobre la mina de mierda que está perdida entre caminos de ripio, sin médicos; que les llevan comida a los trabajadores cada quince días y se han muerto varias mujeres dando a luz porque no hay ni agua potable. Quise ir a conocer y empecé a fraguar algún plan, pero faltaba todavía que bel y bill llegaran. Me contó sobre las culturas indígenas del lugar y los logros en cuanto a reconocimiento y respeto; y desee lo mismo para los Quilmes de Tucumán. Finalmente confesó desilusionada que se había hartado del mundo de los políticos y había decidido no presentarse para que la reelijan en su cargo y seguir gestionándola por su lado. Había también un sanjuanino cincuentón que se dedicaba a llevar turistas de aquí para allá en su combi y aproveché para felicitarlo por su hermosa provincia y cálida gente y hacerle la pregunta que me venía interesado desde que conocí la zona: además de la corrupción, por qué creía él que Mendoza era tan rica y San Juan tan pobre teniendo las dos la misma geografía; además de que porque Mendoza se roba los ríos de toda la región. Y me contestó, de manera muy simple y asumida, que era por las distintas culturas de los europeos que habían colonizado, que los de sanjuán eran más perezosos mientras que los de mendoza más ahorrativos y de trabajo organizado; la verdad que me dejó conforme. 
Terminamos de comer, nos tomaron a todos la presión por la altura y sacaron un vino y los dados. A mitad del partido de diez mil mientras yo ganaba con mucha ventaja golpearon la puerta. Se apareció un tipo alto, flaco, desprolijo, feo y algo más que hacía que quisiera mantenerlo lejos pero todavía no sabía qué, pidió alojamiento y detrás de él estaban ellos! Mis amigos! Me habían encontrado! Gritamos, saltamos, nos abrazamos, me recriminaron que no los estaba esperando en la terminal, les recriminé que hubieran tenido el celular apagado; le sedí mis puntos a la ex política (era mi personaje preferido de la mesa, pero no los aceptó) y los llevé a la habitación que había conseguido.
Charlamos durante horas, tomamos el vino que yo había comprado para generar el momento cuando no podía hacer otra cosa y cada cual contó su versión del transcurso de las horas. A ellos los habían levantado enseguida de la rotondita y llevado a un pueblo fantasma en el que había hecho dedo todo el día sin noticias del colectivo. La gente del lugar había sido maravillosamente hospitalaria con ellos, les habían dado de comer y alojado en la sede de reuniones del pueblo, previo contarles lo entusiasmados que estaban por la mina que se iba a abrir en la zona,  por el museo de la mina que el gobierno provincial les estaba armando, por un hospital que les prometieron  y por los puestos de trabajo que se estaban intuyendo.  Todas las montañas maravillosas tienen minerales más maravillosos que las forman y a veces hasta yo misma no resisto la tentación de llevarme una piedrita, pero qué simbólicamente perverso es pensar que la tierra va a seguir siendo la misma cuando le sacan tantas cosas y a esas magnitudes. Ni que decir del uso de metales pesados para separar los minerales, la contaminación de la región y el riesgo para los que los manipulan. Es terrible que ninguno de ellos se haya dado cuenta no sólo de que el hospital, si se concretaba, iba a ser para los dañados o accidentados por la mina, si no que lo deberían haber  tenido siempre.  Que perverso que los comprenden con un museo, como si eso fuera cultura. Mucho más que la minería venga a ser la salvadora del desempleo de un pueblo aislado y pobre que justamente es así porque  la gente rica de la provincia así lo decidió cuando se morfó la plata para las rutas por ejemplo, haciendo que no puedan llegar siquiera camiones con alimento o gas.  Y esta mina no es famatina que llegó a los medios y me parece muy bien que así haya sido, es de un pueblo muy chico, muy perdido lejos de la capital y lamentablemente muy feliz con su museo. Estas son las cosas que me hacen sentir impotente, desesperanzada e insignificante.


Les conté del idiota, pero ya no era grave sino extremadamente divertido, y que se iría mañana de acampada solo a la olla del volcán para hacer contacto. Ahí mismo el hijo de puta de bil quiso que lo siguiéramos y nos le apareciéramos con las linternas en la mitad de la noche reclamando contacto. Cómo desee no haberle visto la cara de cordero degollado, ni sentir una especie de responsabilidad para con la historia de vida que me había confiado. Con toda la frustración del mundo me tuve que negar a hacer semejante proeza, todavía me da bronca haber sido la fuente y sentirme incapas de traicionarlo.
Al día siguiente paseamos, les mostré lo maravillada que estaba con el lugar y con su gente, les conté del viento y fuimos hasta las pinturas ruprestres. Empezamos a volver cuando se declararon incapaces de soportar más caminata a esa altura y nos apuramos cuando se nos antojó algo dulce. Pueblo, interior, siesta igual todo cerrado, nada dulce, o sea mates. Mientras esperábamos el agua caliente en la cocina de Paqui se apareció el personaje que me los había traído a empezarse a ganar su apodo lynchenao. Bil le contó se sentía apunado y David le dijo que eso era algo muy grave, que se podía morir y que él mismo ahora volvía de Tucumán de internar al otro chofer porque le había dado un derrame en la cabeza por la altura. Yo le dije que me había apunado un montón de veces sin hospitalizarme y bil le dijo que preferiría tomar un helado. El nuevo indeseable nos explicó la ubicación de todas las tiendas del pueblo para después aclarar que estarían cerradas por la siesta y ofrecernos mermelada de durazno y enojarse porque no la quisimos. Una vez que bel volvió del baño por fin nos pudimos ir. Después charlamos con Paqui que empezó a alardear sobre unas empanadas de carne que le iba a hacer al sobrino, le dimos a entender que queríamos y nos dio a entender que nos haría. Nos dormimos temprano porque los chicos estaban un poquito apunados y al día siguiente nos esperaba la difícil tarea de ver como volver. 
Amanecimos, desayunamos y  nos preparamos para las ansiadas empanadas. Almorzamos con Paqui y un vino (quisiera acordarme el nombre del vino porque era gracioso, pero no hay caso) y nos dijo en confesión que el personaje de película de David Lynch era el chofer de un micro de la universidad de tucuman que había venido a buscar a los arqueólogos que estaban estudiando las pinturas rupestres y que seguramente nos podían llevar hasta Amaicha del Valle. Los chicos querían ir a Tilcara, Jujuy y yo ya estaba curado de espanto sobre viajar sola por Catamarca, porque no había hipies, ni artesanos bohemios, ni otra gente viajando y me había aburrido muchísimo a pesar de lo maravilloso del paisaje; además de que no me sentía lista para separarme de ellos. Bil se tomó la botella de vino y tubo que ir a hacer la siesta y con bel nos fuimos a charlar y reírnos a la plaza del pueblo.
Al volver queríamos algo dulce, una vez más a la hora de la siesta, una vez más todo cerrado, una vez más a esperar el agua del mate.  Aproveché para ir al baño ya que estaba en la casa (nuestra habitación por ser más económica quedaba a la vuelta de la esquina) y después nos encomendaríamos a la difícil tarea de despertar a bil y planear la estrategia para que la gente de la universidad nos llevara de paso en el caso de que fueran canutos como nos intuíamos que eran.  Entré al baño y no pude no acordarme que ahí había conocido al santafesino de la única manera en que conozco gente en los baños compartidos de los hospedajes: malos entendidos sobre si la puerta está abierta o cerrada.  Cuando quise salir me quedé con el picaporte en la mano y escuché caer la otra parte al otro lado de la puerta. Me tenté muchísimo y empecé a llamar a bel sin gritar porque era horario de siesta. Apareció ella en la mirilla de la puerta más tentada que yo, pero no pudo arreglarlo, asique fue a llamar a Paqui. Rápidamente inspeccioné si había algún lugar para que me pasaran el paquete de galletitas que no había alcanzado a abrir pero estaba todo como si fuera blindado. Se escuchó la voz de Paqui maldiciendo que yo hubiera roto la puerta. ¿perdón? Ese picaporte estaba salido desde antes que llegáramos nosotros y la ratisíma no se dignaba a arreglarlo; que uno le pusiera onda y usara el baño igual bajo su propio riesgo de quedarse encerrado es otra cosa. Asique la dulce y cálida Paqui que ya se empezaba a transformar me putió un rato y se fue a pedir ayuda. Yo estaba más que tentada con la situación, muy consiente de que no debía discutir sobre mi culpabilidad hasta que me liberaran del baño.  Apareció bel con un cuchillo que debía ser grande y empezó a intentar algo que no entendí pero que tampoco logró. Llegó el chofer de David Lynch y al ver a bele dijo con su voz de ultratumba que ya no nos daba risa: tené cuidado (pausa macabra) es cuchillo es de metal y si se te cae encima te podés cortar (mueca macabra), y le sacó el cuchillo. Intentó en vano durante unos minutos restablecer cada cosa a su lugar. Como no pudo dijo que había que romper la puerta. Ahí sí que me pareció más grave la situación, porque la Paqui que ya había mostrado la hilacha me la iba a querer cobrar. Y le dije que primero lo hablara con Paqui. Me dijo que él no estaba para eso y que ahora me iba a quedar para siempre encerrada en ese baño, se escuchó caer la caja de herramientas y se fue. Yo esperé y como no pasaba nada la llamé a bel: bel, sigo encerrada. Todo en susurrus. Sí, ya se; dijo bel que apareció en la mirilla desde la cocina con el paquete de galletitas en mano. Boluda, el tipo este se enojó conmigo y se fue; con él teníamos que hablar para que nos lleve hasta Amaicha. Sí, ya se. Bueno, anda a despertar a bil para que venga a hacer algo de lo que hay que hacer y no podemos. Se fue. Silencio. Yo tentada, pero en silencio, porque si  me escuchaban reírme nadie me iba a ayudar a salir.
Al rato apareció otro señor, este amable y tratándome como si estar encerrada desde hacia media hora en el baño fuera un problema del cual yo era la víctima no la culpable. Me dijo que me corriera, tomó carrera y se abrió la puerta con el atrás: libertad! Me retuvo compadeciéndose de mi todo lo que pudo, hasta que me liberé de él también y pude ir a por el paquete de galletitas. Paqui me miraba feo mientras yo comía y yo le revoleaba los ojos; se apareció bil, todo colorado y lento y me miro con cara de qué hacés acá si me acaba de despertar bel para que te saque del baño. Le dije que ahora la prioridad era hablar con Lynch por el transporte y que él era el único que podía hacerlo porque se había enojado con bel y conmigo.  Nos reímos, se compadeció de la pobre paquita el muy chupamedias y le arregló la cerradura. 
Pasamos al primer inciso en cuanto a responsabilidades ahora que por fin nos habíamos logrado reunir y establecimos la siguiente estrategia: iría bil a decirle a Lynch que nadie nos había avisado que en ese pueblo no había cajero por lo que habíamos ido con poca plata que ya se estaba terminando, y que nos acabábamos de enterar que el bus hacia el cajero mas cercano llegaba en dos días y salía en tres y que no nos daba el presupuesto, que si por favor nos podían alcanzar hasta el próximo pueblo con red. Infalible, mi experiencia me ha enseñado que la gente siempre se apiada con los que tenemos problemas con los bancos ya que a todos los odian por igual. Antes que bil pudiera decir la mitad de chamuyo Lynch le dijo que si por el fuera si pero que dependía de los profesores por el seguro de responsabilidad civil de la facultad. Ahora si que estamos en el horno pensé yo pero no se los dije. En eso pasaron por la vereda 40 chicos de 17 años y Paqui nos dijo  que eran los arqueólogos; les preguntamos si nos podían llevar y nos dijeron que no, que no había lugar ni seguro para nosotros. Los odie.  Bil dijo que seria turno del siguiente portavoz del grupo y como bel estaba casi dormida me toco a mi ir a hablar con los profesores, como si no hubiera tenido yo ya suficiente en mi día en particular y de profesores en mi vida en general. Le encomendé a bil que le cancelara todo a Paqui y me fui a buscar el bus por el pueblo.
El bus estaba al lado de la policía que estaba al lado de un cajero. Puta madre, plan destartalado. En eso se apareció bil a decirme que Paqui le quería cobrar las empanadas, que mejor el me ayudaba con los profes y después juntos le peleábamos el precio a Paqui. En ese momento me sentí como si estuviera trabajando después de comer un asado: era incapas de disfrutar ninguna de las actividades que tenia prevista y debía resolverlas todas por obligación y muerta de sueño; y como hago siempre que debo hacer algo que no quiero, miré el reloj: me dí tres horas para estar alejándome de ese pueblo con todo resuelto y entregarme al sueño. 
Entramos al cajero confiando en que no ande y no tener que inventar otra estrategia y no prendía, no había ninguna posibilidad de que prendiera. No está activado dijo bil que de eso conoce, memorizamos el volazo, entramos en personaje y fuimos a hablar con los profesores que estaban hablando con los ratis mientras todos los pibitos que nos habían negado transporte miraban por la ventana y apuraban para irse. Había que llorar y de lo lindo. Cuando por fin hicieron la pausa en su amado declarar y burocratizar que patrimonio de la humanidad habían encontrado y se llevaban para estudiar mejor en San Miguel con la obligada y siempre inconclusa promesa de devolver, les pudimos hacer el actin y enseguida accedieron. Listo, una adentro, ahora Paqui.
La vieja de mierda no solo nos quería cobrar las empanadas que le habíamos ayudado a hacer, que habíamos comido los cuatro juntos y que nos había hecho creer que nos iba a regalar, sino que  además se le había ocurrido que como yo había estado tres días en vez de los 25 que habíamos arreglado le podía dar 30, porque sí. Yo me la quería morfar, bil quería ir a comprarle harina, tomate y cebolla (la carne llegaba en dos días con el bus) y bel estaba prácticamente desmayada pero con todas las mochilas puestas por si arreglábamos para irnos y agarradas por la inseguridad a la que estamos acostumbrados. Le dije con muchísima vergüenza que me daba muchísima vergüenza pero que habíamos entendido que nos la iba a regalar y que no teníamos esa plata. Y la vieja, que no se le caía la cara por nada ni por nadie, nos dijo que también nos había ayudado a conseguir transporte. Le bufé sin sonreírle ante tanta desilusión y ella dijo bueno y nos sacó la plata de la mano. Le pagábamos el hospedaje y a mi me tenía que dar 25 de vuelto. Se apareció al rato con el perro, la correa y el cuento de que lo iba a ir a sacar a pasear un rato, ni mención a mi vuelto. Ya me importaba un carajo la plata, era una cuestión de todo lo que me había desilusionado su persona, era desleal, traicionera, pijotera, manguera y se estaba haciendo la boluda con mi veinticinco pesos, yo que la había comparado para mis adentros con la santa de mi abuela! Bil no sabía como tranquilizarme y seguía insistiendo en comprarle morrones cuando abriera la tienda. La cuestión es que cuando volví le dije que nomas me diera 12 y se quedara con el resto, tuvo la osadía de decir que menos mal porque mas no tenía, le agarré la plata y no la miré nunca más. A los segunditos llegó el micro repleto de estos pibes egoístas que nos miraban por la ventana con cara de orto y hacían cualquier cosa para llamar la atención. Se abrió la puerta de adelante y ahí estaba él: gloriosamente macabro en su trono, bienvenidos! dijo el conductor de una película de David Lynch y bel dijo que le daba mala vibra y que no quería viajar con él. 

Antofagasta: odisea de ida, estadia y vuelta: 1


Desde la primera vez  que ví el pueblo de Antofagasta de la Sierra perdido en el mapa en mitad de la provincia de Catamarca (sobre la cordillera, camino a una mina y a San Antonio de los Cobres, Salta) supe que tenía que ir. Ya me había dicho todo el mundo que no era fácil ni barato llegar, pero estoy convencida de que los accesos imposibles solo pueden ser mágicos.  Después de pasar una semana con bill y bel acampando en la selva catamarqueña (yo no lo sabía, pero eso era una despedida de la selva quien sabe hasta cuando), los convecí de ir hasta Antofagasta. Mucho no me costó, no porque tuviera elementos, sino porque ellos (quizá más que yo) confiaban en el destino que nos había hecho encontrar.
Cuando terminamos de decidirlo decidimos terminar los mates. Desarmamos y partimos felices de no haber pagado nada, porque el cuidador del camping con fogones, baños y pileta, nos dijo que no podía cobrarnos porque se le había terminado el talonario y que por una semana de estadía no iba a ir a buscar otro. Obviamente lo interpretamos como un visto bueno del cosmos, porque los momentos sin dinero son más puros y maravillosos y con total ingenuidad emprendimos camino a Antofagasta de la Sierra.
A la salida del camping perdimos el micro hasta Belén, y fuimos caminando hasta Londres (7km) y mientras yo iba a preguntar si el pañuelo que había perdido estaba en mi anterior hospedaje, pasó el último bus de la mañana  augurándonos 4, 5 o 6 horas de espera al primero de la tarde. Sándwich de milanesa, papas fritas y cerveza fueron el duelo para el pañuelo que le acaba de perder a mi mamá y que se está enterando ahora que me llevé. Duramos cuatro horas haciendo dedo hasta que conseguimos que un amable londrense nos llevara hasta Belén. Bele chocha de conocer la ciudad con su nombre (15 km). En la ciudad nos informaron sin ser concientes de la tragedia que representaba para nosotros, que el micro a Antofagasta había salido hacía unas horas y no había otro hasta dentro de dos días, que lo más que se nos podíamos acercar era hasta Corral Quemado, lugar donde se cruzaban la ruta con el camino. Al pedo intentamos hacer dedo en las cuatro horas de espera que tuvimos, tomamos el bus cuando se le ocurrió pasar y llegamos al cruce a las diez de la noche.
Nos recibió la seño Norma y le pedimos lo más económico que tuviera para armar la carpa o tirar las bolsas nomas. Nos dio una habitación con una sola cama y sin hacer, la sorteamos por idea, iniciativa y acción de bill con un juego de manos, y me tocó a mi. Al día siguiente la señora no sólo no nos quiso cobrar la habitación con el cuento de que no nos había dado ni hecho nada, si no que se empecinó (como sólo los altiplanenses se empecinan) con regalarnos también el agua del mate. No nos quedó otra que aceptarle todo, agradecérselo mil veces e interpretarlo como otro buen augurio.
Fuimos a tomar el mate a la rotonda del cruce con la esperanza de que nos levantara alguien camino a Antofagasta antes del mediodía que era el horario del bondi. A los veinte minutos pasó una parejita muy cheta y muy amable en un corsa muy bajo, y me cargaron a mi y a las dos mochilotas de los chicos, pero no a los chicos porque no entrabamos.
A los quince minutos les empezó a calentar el auto, y a los veinte empezamos a parar cada diez para que no explotara algo. La ruta era desierta, de ripio por momentos, con todos los ríos del lugar pasándole por el medio y deshaciendo el pavimento; pero era el camino más hermoso que yo jamás hubiera  visto o podido imaginar. La parejita no tenía mucha tolerancia a los imprevistos y enseguida se  malondeó; yo por educación trataba de esconder mi felicidad, pero cada tanto volvía a intentar convencerlos de el auto en caliente era una anécdota pero semejante paisaje era una obligación de agradecimiento. Igual trataba de no sonreír tanto, pero eso era increíble e inimaginable; pensaba en bele y Billy y su manera de disfrutarlo cuando les llegara el momento, porque nosotros parando y parando no nos habíamos cruzado nada, ni por atrás ni por adelante; pero no era un momento de hacer conjeturas si no de contemplar y tratar de entender. Había montañas de todos colores, piedras, tierras, pastos, arenas, kaktos, todo era de todos colores y todo cambiaba cada quince kilómetros. Había volcanes negros que de perfil se veían rojos. En un momento hubo un cartel de obligación de desvío por inundación y fue lo más alucinante, en medio de todo ese desierto colorinche había un río que había crecido tanto por el cambio climático del que todos pitamos, tanto que llegaba a inundar 600 metros de carretera; era como ver el mar entre esas montañas y a esa altura, increíble, no se podía pestañear y yo me había quedado obviamente sin pilas en la cámara. ¿por qué uno nunca intuye que si se viene maravillando de algo lo más probable es que se siga maravillando, por qué no reservamos pilas para lo que viene después de lo maravilloso?
Tardamos siete horas en hacer 160 km y como yo todavía no había ido a Bolivia me llegó a parecer una barbaridad. Ellos no daban más del estrés y yo no podía creer que existiera un lugar tan hermoso y que estuviera a tiempo todavía de ver el atardecer. Se metieron en la hostería del pueblo y les sacaron la cabeza, yo pegunté a qué hora y a dónde llegaba el micro y me sacaron la mía: mañana entre las 9 y las 12 de la noche. Intenté llamarlos, pero ni ellos ni yo teníamos señal, ni batería.
Me hospedé en donde la seño Paqui que enseguida me hizo el descuento que yo necesitaba;  la amé, idolatré, ayudé y quise quedarme a trabajar con ella durante dos días. Ella me daba de comer y yo la ayudaba a cocinar y a lavar y todo le preguntaba; y la vieja estaba feliz de tenerme para charlar y darme todo tipo de indicaciones, se sonreía todo el tiempo.
Al día siguiente escalé todas las montañas que pude y volví a gastar las pilas de la cámara en menos de tres horas. Al volver a la habitación con olor a humedad que mi presupuesto podía generarme, me crucé con un catalán cuarentón que andaba viajando por el altiplano en bici y su reciente amigo santafesino de mi edad que había aparecido la noche anterior a las 12 de la noche por el alojamiento de Paqui con el cuento que se había perdido y teniéndolos a todos preocupadísimos (y a mi tentadísima) por el frío de la noche. Me invitaron a caminar seis km hacia las pinturas rupestres y aún a costa de posponer el mate y la siesta pos escalada no pude negarme.
Caminamos sin cesar por los senderos, por el río y escalamos cuando fue necesario. Yo estaba agotadísima y sentía la altura (3500 msnm) en los muslos y en la nariz, pero semejante paisaje no ameritaba menos que agradecimiento al universo por tener un lugar tan hermoso e inimaginable y permitirme conocerlo. El catalán y yo charlábamos bastante (me son fáciles los temas de conversación con los españoles porque consumo bastante de su cultura) y el santafesino se mantenía distante y en pose, raro y muy placentero ignorar para que se esforzara más en mantener su distanciada soberbia. Llegamos a un punto en que el catalán y yo paramos a descansar y él dijo que tenía que terminar algo y subió a una formación rocosa que había de unos tres metros. Ni nos miramos nosotros ante semejante acting  estrellado que no nos importaba una ostia. Charlamos con un señor hermoso que se encargaba de regar la zona y lo interrogamos sobre el sorprendente sistema de riego (iba haciendo y rompiendo  con una pala una canaleta sobre zonas previamente inundadas a propósito y así el agua fluia, como debe fluir siempre).  Volvió el personaje en cuestión feliz de que lo hubiéramos mirado cuando bajó de la piedra y se nos puso adelante,  ya nos irritaba bastante y ya lo no ignorábamos sino que teníamos que hacer esfuerzo para contener los bufidos.
Iniciamos el camino de vuelta y unos veinte minutos antes de que comenzara un viento atroz que hay en la zona de siete a nueve de la noche, nos preguntó creyéndose el centro del mundo como solo la gente que pertenece a grupos muy cerrados y dogmáticos puede asumir esa  posición de importancia: ¿quieren saber que fui a hacer? Ni nos miramos pero obviamente seguíamos tratando  de no bufar. Y dale, ya estábamos jugados y para volver nos separaban los mismos seis kilómetros que para ir  mas el cansancio.
¿Ustedes de qué religión son? Silencio. Pausa. Silencio. A mi ya me tenía harta tanto fantasma (que no es nadie) estrellado haciéndose el interesante y pretendiendo hacérnoslo creer al catalán trotamundos y a mi, interrumpiendo sin ningún tipo de sentido común nuestras charlas sobre el paisaje, Zapatero, Extremoduro, La Polla, Los hombres de Paco, la visión de los españoles sobre los inmigrantes latinos, la experiencia de él como español en suelo colonizado y saqueado por los suyos, los Vazcos, o todo lo que me interesaba saber y compartir con una persona que anda en bici hasta que no puede más y arma su carpa en el altiplano para pasar la noche (si no esta el agua congelada no va a ser una noche tan fría, me alcanzó a contar antes de que el boludo este estropee el momento).
Yo soy atea, le dije sin mirarlo a la cara y revoleando los ojos para arriba para que supiera que me estaba molestando. Sí, yo también; dijo el catalán con una humildad difícil de concebir en ellos. Y ahí nomas el muy idiota puso una cara de perro mojado que le hubiera dado lástima a cualquiera, no es que nosotros hayamos flaqueado. Y yo me acordé de todas las personas religiosas que conozco y quiero mucho y traté de que no me diera tanta repulsión esa actuación sobervia que sentía en él (mal, muy mal hecho, si en algo hay que confiar es en nuestro instinto cuando nos dice que alguien es insoportable durante cinco horas en un paisaje maravilloso donde todo lo que no sea ese boludo es interesante).  No pude despreciarlo tanto y abrí el diálogo: yo no creo en las instituciones y en la parte de la fe que le ordena la vida a la gente, los hace sufrir, excluye y margina; pero respeto mucho los sentimientos nobles que genera, cuando los genera. Y el catalán dio una definición que pienso robarle hasta el fin de mis días: eso mismo, mis valores no son universales. Bueno, porque yo soy budista y he venido aquí a hacer contacto con extraterrestres, porque ustedes no saben …. Primero, nos habíamos esforzado por respetar lo irrespetable e integrarlo a una conversación que no queríamos tener ni con él ni con su religiosidad. Segundo, nos habíamos esforzado en explicar nuestro ateísmo de una manera que no lastimara sus sentimientos y él siquiera había dialogado sobre eso, se había salteado el paso de comentar nuestro comentario generando así su siguiente comentario. Tercero, me estaba diciendo en mi cara con ínfulas de superioridad que a él lo visitaban omnis mientras dormía y a mi no! Y cuarto, ese era solo el principio del monologo!
Traté de no mirarlo al catalán (que no me acuerdo el nombre para cambiar de palabra) y de que no se me notara en el cuerpo la energía nerviosa que dominaba. Traté de ser más humilde como hace rato que intento, y como la historia empezaba con él adolescente  perdido por los campos de la gente de plata de la provincia de Santa Fe, robándoles, drogándose y andando en moto, traté de que me sea un poco más amena la historia que de todas maneras me iba a fumar. Un ex novio músico que tuve decía que la peor contaminación es la sonora porque uno no  puede elegir no escuchar, y creo que se refería a estas cosas.
Su voz sin su imagen reducía un 45 % la molestia  (bien), pero la historia moralista que terminaba con el grupo religioso sacándolo de “la droga” para convencerlo de que seres extraterrestres lo elijen  mientras duerme para darle un mensaje del 2012, ahí ya perdí el hilo, porque además dijo que esa gente enana vivía adentro de la cordillera, sumaba un 70% de intolerancia.  Yo ya que estaba, perdido por perdido y si a él no le da vergüenza decir boludeces a mi tampoco, le pregunte si tomaban kakto. Se enojó y me dijo que no; que ninguna droga, que todas eran malas, diablo y satanás. Yo me sentí feliz de haberlo molestado aunquesea una vez y sé que el catalán también lo sintió, porque enseguida empezó a hablarle de las historias de ese tipo que suceden en España y toda clase de bolasos de esa índole pero españoles. Y por si fuera poco, para colmar mi momento de felicidad por la batalla ganada al uso de la palabra por el estúpido y como prueba de que el universo me ama de manera incondicional, empezó el atroz viento de las siete de las tarde haciendo imposible el dialogo. Pusimos cara de que pena, reimos para nuestros adentros y volvimos hasta la calidez del hogar de Paqui en SI LEN CIO.

eso que todos deseamos


Apenas vi que un ojo me guiñaba la tierra, le pedi que a su antojo dispusiera de mi; ella me dio las llaves de la ciudad prohibida, yo todo lo que tengo, que es nada, se lo ofrecí.  Dicen que a veces San Pedro se apiada de los que lo saben encontrar y baja a abrirles durante unas horas las puertas del cielo para que sepan lo que es.
 Después de pasear diez días sola por el interior de la provincia de Catamarca intentando comprender las enseñanzas tucumanas y la selva catamarqueña que fue una sorpresa, planté una semilla y le pedí al universo según las leyes de Deeprak Chopra conocer amigos para compartir todo eso.  Después de un baño y la religiosa siesta de todo norteño conocí a bill y bel, o bele y Billy camino al pueblo de Londres. Como no podía ser de otra manera con las amistades instantáneas, me invitaron a acampar con ellos en el Shinkal. Tomamos una cerveza para evaluar si de verdad seríamos amigos (con demasiada prisa tiende el solitario la mano a aquel con quien se cruza, y yo quiero que tus manos tengan también garras, me había dicho Zaratustra). Aprobamos en medio de corridas al bus, arrastradas de carpa, imposibilidad de devolverle el envase a la sra. y quien sabe cuantas cosas más. Enseguida nos entendimos con muchas rizas y bizarreadas, pero sin falta de charlas sobre el universo, la energía y todo lo que nos había unido. Bel estaba enamorada del oleo de un hombre con sombrero, bill con ganas de elegir mejor a su próximo amor y yo me identificaba con ambos; vacacionaban descansando en el noa de su vida en la ciudad.
Pasamos una semana acampando, cocinando a leña, bañándonos en la pileta del camping, recorriendo las míticas ruinas absorbidas por la selva y charlando; charlando mucho. Los dos creían en la energía; bel más mística, bill más computarizado y yo con muchas ganas de entender lo que no se ve del mundo, pero muy ateisima también. Y pasábamos horas de conversación en torno a lo mismo hasta que siempre se llegaba al mismo punto: bill decía que si se tiraba de un precipicio se moría y con bel no podíamos hacerle entender que eso era lo que le habían enseñado, que no tenía pruebas de que así fuera, que había mil posibilidades de que pasara otra cosa sumadas a todo lo que no podíamos imaginarnos todavía. Y de ahí pasábamos al miedo que nos impide ser más libres, a toda nuestra sociedad edificada sobre engendrarnos miedo para obedecer sin transgredir. En  la suma de todos los miedos que pone los límites a nuestras relaciones, haciéndonos esclavos de las diferencias que nos separan y fanáticos de esas separaciones. Todo lo que podríamos amarnos si no nos tuviéramos miedo.
Siempre valoré los miedos sobre los estados de angustia, porque el miedo tiene caras y nombres y se los puede enfrentar; mientras que la angustia, la tan conocida angustia existencial no pasa de ser un agujero como me dijo una vez la psicóloga, alrededor del cual poner palabras pero nunca desde adentro. La angustia es contemplativa paralizante y miedo, para los que nos gusta superarnos, es motor si uno tiene esa vocación.
Es muy lindo imaginar como seríamos sin tantas restricciones, si esta sociedad no nos hubiera puesto tantos limites en cuanto a los deseos y la manera de percibir las cosas. Imaginar una realidad como movimiento y tránsito con una mayor integración de uno con la Pacha y unos sentidos más participativos.  Y pensábamos en sociedades sin tanta exclusión de los muertos o enfermos que los conciben entre ellos caminando en otra dimensión, en las que lo negativo formara parte del ser feliz de ese momento y de siempre. Con otra concepción del tiempo también en la que todos los instantes estén presentes para dar realidad a ese segundo, que solo es posible por todos sus antecedentes fundadores y presentes aquí, ahora y mañana.
Cuando uno comienza a charlar sobre lo que le molestan los límites, lo que haría sin ellos surge sin más y todo fluye. Durante las noches contemplábamos las estrellas y nos era posible imaginar que estaban en tránsito como todo lo demás, y que los flujos de energía viajaban de una hacia otra, felices. Intermitentes, recorriendo el espacio y formando sus constelaciones. ¿Nos sería posible ver esas constelaciones de manera tan clara alguna vez? Y veíamos miles de estrellas fugaces y les pedíamos como único deseo seguir viendo por unos instantes más su cola brillante en el cielo oscuro.  Porque si  vamos a desconfiar de la percepción hay que desconfiar de su tiempo e intensidad también.
Bele contó que entre todo lo que había leído sobre la Pacha, había seres que habitaban en los árboles, en las plantas, en la tierra y en las piedras.  Y que estaban todos en tránsito constante, sin detenerse y sin tiempos. Describió la estética de estos seres, autóctonos, precolombinos y diabólicos. Pero lo maravillo de esos momentos era que los imaginábamos de manera integrada, concientes de que esos seres estaban, estuvieron y estarían siempre presentes en la realidad, solo que formaba parte de nuestra cultura tenerles miedo o rechazo. Deseamos que sabiduría de esa concepción nos acompañara más allá de esos momentos.
También fantaseábamos con cuatro luces energéticas  verde, roja, amarilla y azul  que transitan por el contorno de las personas dejando su estela de luz atrás, delimitando su figura. Queríamos más conexión con la tierra y la vida e imaginábamos eso como sentir en nuestro interior el retumbe cada vez que alguien caminaba, escuchar el viento y los sonidos de los colores, verle el aura violeta a los perros y sentir el sol.
Una noche en uno de nuestros fogones mientras esperábamos la comida, volvimos a la discusión de siempre y bill dijo que por más de que consiguiéramos convencerle, si él tiraba su palo de caminar al suelo no se iba a iluminar el lugar;  justo pasó uno de los perros detrás de él y le golpeó el codo haciendo que suelte el palo, y el palo cayó sobre el botón de la linterna y esta se encendió iluminado la noche, como bill había jurado que sería imposible. Nos reímos y le pedimos por favor que con esa prueba se terminaran tantas discusiones en torno a lo mismo, el tiempo dirá si así sucede, pero el horrible gusto a espárragos quemados de la sopa de bele nos acompañó unos cuantos días. 

como sabés que estas viajando?


Llegué a Santa María de la Sierra catamarqueña, ciudad limítrofe de Amaicha de Valle tucumana en un colectivo repleto de gente y con mi mochila, bolsa de comida, campera y bolsa de dormir a upa. Fue un caos pasar por entre toda la gente que viajaba parada para poder bajarme en el centro, antes de la terminal. Era la primera vez que pisaba Catamarca y tenía mucha expectativa porque nunca había podido llegar. Me pareció hermosísimo el valle y su gente pero no había tiempo para admirar, tenía la siguiente lista de prioridades: sacar plata del cajero, conseguir hospedaje y lavar el único par de medias que había llevado a esa aventura.
Había llevado poca plata después de preguntar y cerciorarme de que en Amaicha hubiera cajero. Cajero había, lo que no hubo fue gente con voluntad de llenarlo ni el viernes, ni el fin de semana, ni el lunes, ni el martes. Entonces con mis últimos tres pesos me ví obligada a pagar el micro de dos con setenta hacia el lugar mas cerca donde hubiera un cajero. De esa manera se inauguraba el primero de tantos momentos en los que en todos  mis viajes tengo problemas con los bancos, siempre algo pasa, a tal punto que me ví exigida ya en Colombia  a generarme una divinidad para ver si tenía más suerte, el dios de los bancos, pero la verdad es que no le gusto mucho.  Me habían informado todo: en Santa María había un solo banco y tres cajeros, o sea que a lo sumo yo iba a estar sin plata hasta la mañana siguiente. Llegué al banco, hice la fila,  y el primer cajero estaba desenchufado. Respire y mire al de al lado, tenia su propia fila y había que esperar. Dios de los bancos, dios de los bancos, dios de los bancos. Se desocupó, puse la tarjeta y las claves y se escuchó el ruido del seño que está adentro del cajero contando el dinero. Listo, no me había preocupado tanto tampoco.
Me encontré con que los campings quedaban lejos de la ciudad (fue una lastima que me encontrara con que no tenía carpa al día siguiente, al llegar al camping que quedaba a tres km de la ciudad, pero eso es otra historia) asique me hospedé en la habitación donde mejor precio y cordialidad me hicieron y comencé a descansar mientras me daba cuenta que era mi primer momento del viaje sola, que de alguna manera mi viaje empezaba ahí.
¿y cómo sabés cuando empezó el viaje?
1.       Aparece devoción por una nueva divinidad, dios de la encontranza, te encontrás tirado justo lo que necesitás; o sea una crema hidratante después de haber estado dos horas y media haciendo dedo al medio día en pleno cerro tucumano, más un rímel al agua, un delineador genial y dos perfumes para tu amiga.
2.       De la nada, algo insólito, una estampida de caballos cuando salimos del camping a pasear por el pueblo en amaicha. NO CORRAN. Y de toque un perro de mierda te asusta.
3.       Eterna repetición de las siguientes comidas: sándwich, arroz, fideos, polenta … cerveza, pan.
4.       Que el pelo no se mueva.
5.       Tener una rasta o trencita nueva, o tres, cuatro o cinco.
6.       Que te regalen algo que a los demás les cobran por tu cara de muerto de hambre.
7.       Tener problemas con los bancos, cajeros, bancarios o con la plata en general.
8.       Quemarme el bigote cuando tuqueo mis puchos.
9.       Ropa: lo que me saco por sucio me pongo por limpio, dijo mi amiga con la que fui por segunda vez a Tucuman.
10.   Que te digan que no tomes el agua de la canilla.
11.   Que te duela la canilla porque te caíste en una asequia (estaba totalmente oscuro y venía hablando muy compenetrada con mi amigo)
12.   Hablarle a cualquier persona que tenga una mochila.
13.   Recordar la sensación de que si te roban las cosas no es tan grave porque por lo menos reducís peso.
14.   Haber perdido el jabón y darte cuenta al tercer día, no por sucia sino porque usabas el de tu amigo.
15.   Quedarte sin pilas en el momento más importante de la excursión y no haber cargado las otras o no haberlas llevado.
16.   Empezar a sentir la abstinencia por entrar a Facebook.

Me dí un baño y traté de empezar a entender que por fin estaba viajando, después de haber cerrado un montón de cosas para que nada me obligara volver y esto fuera solo cuando yo lo decidiera y después de haberlo pospuesto varias varias veces. Respiré y me saludé en cada uno de esos momentos, desde la primera vez que había planeado viajar por toda Latinoamérica hasta que me aburriera hacía casi dos años atrás en México, cuando tuve que desocupar mi casa y deshacerme de todas mis pertenencias para no habilitar a nadie a que me haga uno de esos  favores que devienen en reproche rápida, inentendible, inevitable y con pretensiones de casualmente (igual me quedé con un baúl lleno de recuerdos de mis muertos y un canasto con todos mis diarios), encontrarle familia adoptiva a mi perrita Antar, volver de Colombia para quedar varada de nuevo, todas las charlas con mi mamá sobre mi futuro y su amor al conocimiento universitario, y todas las despedidas que tuve todas las veces que me estuve por ir en mi último mes varada en mardel. En mis amigos y mi amor hacia ellos, en todo lo que los elijo y respeto que no estén acá conmigo, porque los amo porque aman sus vidas.  
Reempecé mi viaje en Tucumán, una de mis provincias preferidas y consideradas bien latinoamericanas. Totalmente enamorada del noroesteargentino desde la primera vez que lo conocí, de los Andes áridos y selváticos, de su gente cálida, hospitalaria, sacrificada y sin corromper por el consumo desmedido. Pueblos perdidos, caminos de ripio, la altura y el frío ilimitado de noche. Fue todo eso y quien sabe qué más lo que en su momento me llevó a tomar la decisión de cambiar mi modo de vida, pero eso es otra historia. Esta vez fue diferente, porque tuve oportunidad de conocer el ser tucumano más de cerca.  Y sentí bastante la diferencia entre mis viajes como turista y este en el que pretendo encontrar mi identidad latinoamericana.
Maravillada como siempre con el acento (me pone, dirían los españoles), el calor, la selva y las construcciones de colores, paseé por San Miguel desde adentro tratando de aprenderme todas las palabras que podía. Tamales, humita casera para mi cumpleaños, cerveza norte y su acido humor frontal.
Me hospedaron cálida y alimentariamente las familias de amigos hechos en Colombia y fue hermoso sentir como esos lazos sobreviven la distancia, los climas, la economía, la limpieza y sanidad, el tiempo, los contextos; y dejar que resurjan redefinidos todas las veces que sea posible. Amistades. Si algo amo de los vínculos son los momentos de conocer su mundo, sus gentes, sus queridos, su día a día, sus sentidos y nuestra relección de la relación y de nosotros mismos.
Tanto en la capital como en los pueblos del interior aprendí lo que para ellos significa la FAMILIA. Al escribirlo así me suena a mafia, pero es parte de este algo raro que siento. Antes que nada considero el liberarse de los mandatos familiares como una de las libertades más importantes a conquistar, la que nos constituye como personas para luego después salir al mundo. Psicologisista, sí. Y entonces fue por lo menos raro ver como sucede esto en sociedades mas tradicionales, conservadoras y estáticas, y me parece un punto difícil hasta de exponer, porque yo pienso que el poder mantener una identidad es libertad (en toda la Provincia de Tucumán  recién hay 4 Mcdonals y sobreviven así la chicha y las comidas típicas) pero qué pasa con la libertad de buscar la identidad más allá de los mandatos, de concebirse singular dentro de la familia?
Me paralicé cuando entendí al ver por qué dicen que a los machistas los educan las mujeres. Vi hombres vacíos e impotentes frente a mujeres que les hacen todo, TODO. Me sentí impotente al hablar con esos hombres y mujeres sin poder (…) sin poder nada, porque a ellos en particular no les interesaba  otra visión o salir de esa estructura en la que se criaron y en la que pretenden educar a sus hijos, aunque uno los vea y ellos se admitan claramente infelices. Una noche de alcohol no me contuve más y pregunté con todo mi ser horrorizado, como es imposible que no pase ante tanto intento por contener la pregunta: ¿no van al psicólogo acá? Y me contestaron que era algo que yo nunca iba a entender; que sí iban hasta que se sentían mejor (o sea, hasta que volvían a ser funcionales al modo social). Viajar sola me obliga a relacionarme de otra manera, valorar la compañía y ser más tolerante. Está bueno, porque uno se vincula con la gente del lugar y malo, porque al no estar con alguien de similar idiosincrasia no hay con quien compartir las opiniones tan diferentes. Angustian los puntos en los que no nos podemos poner de acuerdo y es difícil entender que algunas diferencias puedan enriquecerme.
Agradecí mi formación y educación y me pesó muchísimo haber encontrado un ítem en el que no quería ser como alguien que consideraba más latinoamericano que yo, pero me pesó más su dolor por no poder hacer nada para no ser lo que no querían ser, y obviamente, narcisistamente, me pesó no lograr conectar. Como mujer sentí que no tenía nada que ver con aquellas familias, con cocinarles y limpiarles a sus hombres, con opinar sobre sus novias, con fomentar su inutilidad para seguir siendo necesarias, con acorrarlarlos todo el tiempo para que no hicieran nada sin ellas, con enseñarles a coser a las mas chicas, con estar chiva por un hombre ausente; como amiga me sentí un fracaso por no poder decir esto de una manera en que se construya algo.
Pero no subestimar a nadie es un requisito indispensable a la hora de asumirse a uno mismo no omnipotente y por consiguiente libre. Confío en esa gente que tanto me enseñó sobre la hospitalidad norteña, en su capacidad  de reinventarse y cortar con lo que les haga mal; y les dejé bien en claro que cuando eso suceda se acuerden de mí y me busquen para charlar.
Me quedó la sensación de abismo y angustia. Empecé a sentir que las cosas que yo creía que eran inocencia, confianza, buena onda, hospitalidad, valorar la tradición, amar a su tierra, etc, en realidad no estaban tan lejos de la obediencia acrítica, que es la hipótesis de tantos. Y ví como los reproducían y cuanto serían capaces de pelear en una discusión por eso. Me paranoiqueó no poder salir del círculo y desesperanzó la imposibilidad de comunicación.
 ¿y? ¿qué uno no viaja para eso? Valoré lo propio y me pregunté seriamente si la situación me molestaba tanto por alguna proyección, porque en definitiva, este sentimiento lo tengo yo. Pensé en la familia matriarcal que me constituyó y en todo lo que me generó la libertad de poder no elegir ese modelo, y entre todas esas cosas recordé ese nosequé de los Valles Calchaquíes o de las Ruinas de Quilmes donde comenzaron tantas reflexiones y cosas que me instaron a volver de otra manera. Y todavía no me sentí lista para comprender.
Y así empezó mi viaje por Latinoamérica, inquieta y con ruidos,  desterrando idealizaciones y muy conforme con eso. Como todo, nada es tan grave y también tuve oportunidad de ver familias y personas que se manejaban de otras maneras y traté de pensar en eso (en todas partes la vida está llena de heroísmo), pero ya sabemos lo que pasa con las inquietudes: siempre pesan más! Lista para seguir pensando en esto y para mi próxima reflexión, y anhelando alguna conclusión, enamoradísima del paisaje y de la nobleza de su gente partí a Catamarca. Poca tele, muchas charlas; mucho asado y la música folklórica que lamentablemente todavía no aprendo a disfrutar. Empanadas de carne, vino patero y calor, mucho calor en el marzo tucumano. La Luna Tucumana y toda mi admiración por su amor a Pacha, a sus tradiciones, por su conocimiento práctico de su geografía, su mirada desinteresada, sus tantas preguntas buscando entenderte y su frontal opinión, porque si te tienen que decir caprichosa porque se te canta tomar agua de la canilla te lo dicen!
(También me sentí ingenua sobre mi proyecto y los alcances de la europeización en mi cabeza, no me iba a ser tan fácil deshacerme de eso.)