miércoles, 27 de junio de 2012

Hacia Bolivia

Los dos pos (sr. Mon y Pum) se fueron a conocer Humahuaca antes de la fecha pactada para cruzar juntos la raya. Oki y yo no nos podíamos mover, porque esperábamos él una encomienda de su mamá y yo mi mochilota con todas mis cosas que les había dejado a mis amigos en Tucumán, pensando que regresaría luego de hacer Catamarca. La caja de oki llegó con apenas unas horas de retraso y la mía tardó casi un día más, porque en la terminal de Tucumán se tomaron todos los feriados de semana santa, incluyendo el sábado, cosa que para mí hasta ese momento era impensable. Asique pasamos toda esa tarde comiendo los exquisitos huevos de pascua que había mandado la mamá de oki, mientrsa yo inventaba sin para historias sobre una alergia gravísima que tenía, para conmover a la gente de la terminal y que convencieran a los choferes de que despacharan mi mochila con la medicación y la pomada cuanto antes. Finalmente llegó como cuatro horas antes de lo previsto, pero a las cuatro de la mañana, por lo que no la tuve como hasta las diez como me habían dicho. Igual aprovechamos el tiempo en despedirnos de amigos, sobre todo de zipo, otro cordobés chuleadazo que había acompañado a oki en la primera parte de su viaje. Ninguna despedida termina temprano y esta no fue la excepción, aunque ya teníamos ganas de estar en un lugar diferente desde que habíamos bajado de la peregrinación y habían empezado los feriados de semana santa.
Como si los pos lo hubieran intuido, dos segundos antes de abandonar el histórico camping del gran tilcara, nos empezaron a llover al celular listas detalladas de las pertenencias que se habían olvidado y los posibles lugares donde las encontraríamos. Asique, como si esos cinco días de demora no me hubieran puesto lo suficientemente intranquila por la encomienda que venía con mi compu, mi pasaporte y mis dólares, además de todas las otras cosas, demoramos veinte minutos más en el operativo repatriar los objetos perdidos de los pos.
En la terminal me reconocieron y me preguntaron por la alergia, ahora me la curo seguro les dije y aproveché para pedirles que me dejaran pasar a su oficina a buscar la pomada y ponérmela. Desesperada y dormida como estaba encontré todo en cinco minutos y redistribuí lo necesario, sin permitirme buscar el perfume que tantas ganas tenía de ponerme. Estábamos apurados porque teníamos que llegar a la quiaca esa tarde y yo había convencido a oki de llegar a dedo.
Nos plantamos en la estación de servicio y contrario a mi pronóstico tardó más de dos horas un camionero en llevarnos. Como en casi todas mis experiencias, nos levantó el mejor que nos podía tocar. Era un boliviano que había vendido el lote que había heredado y vivía en argentina hacía más de veinte años. Se había comprado un camión que él mismo manejaba y aprovechaba para viajar y conocer. Amo los camiones, si fuera por mí me movería sólo en ellos pero a veces no sale, le conté. A él también le encantaba llevar gente, porque le gustaba la vida de los viajeros y se arrepentía mucho de no haberse animado a hacerlo cuando se fue de Bolivia. Eran otras épocas, muy peligroso y no lo hacía tanta gente, me contó. Además nos explicaba todo, la agricultura y economía de la zona. Yo le conté la misma historia que le contaba a todo el mundo, cuando en mi primer viaje a la región me ofrecieron milanesa de llama como plato típico y me horroricé, y una chola muy irónica me preguntó si comía las empanadas de carne del mercado y cuántos kilómetros hacía que no veía una vaca. Se cagó de risa como todos.
El peor dedo de mi vida, el único medianamente malo, había sido hacía un mes aprox, con mis amigos los tucus desde tafí del valle a amaicha. Después de esperar más de tres horas al mediodía con el sol del altiplano achicharrándonos toda la piel y eufóricos de
insolación, un viejito lleno de pelo blancos en la cabeza y brazo y acento anglo, había parado su auto importado para preguntar para que lado quedaba cayafate. Yo le había indicado y mangueado, obvio. Medio desconcertado dijo que sí y subimos (como no puede ser de otra manera con todos nuestros petates desparramados y dos músicas distintas en dos celulares distintos en las manos). El señor nos miraba sobresaltado y asustado. Apagamos las músicas y se empezó a escuchar una como de misa que era la suya. El camino estaba lleno de curvas, subidas y bajadas y nos dijo que nos pusiéramos el cinturón de seguridad porque el peligroso y una vez él había tenido un accidente gravísimo. Y nos empezó a contar la historia, toda tétrica y macabra de cuando se le había muerto la esposa en ese accidente gravísimo. Lento, pausado, transpirado y macrabo. A nosotros nos daba risa porque estábamos bastante insolados, pero igual advertíamos su energía densa. Cada vez que había una curva se desintonizaba la emisora y hacía la música religiosa más tipo fúnebre. Lo peor fue cuando contó que le había puesto gas al auto importado y no tuvimos más dudas de que estábamos en manos de un desequilibrado. Cada vez que la tucu y yo, que íbamos atrás, nos movíamos o nos decíamos algo, él disminuía la velocidad, se daba vuelta para mirarnos a ver qué hacíamos. En las bajadas apagaba el motor, porque creería que así economizaba. Cuando se empezó a quedar sin gas, en vez de pasarlo a nafta, siguió prendiéndolo y apagándolo hasta llegar a una estación. Al tucu le contó la historia de su vida y de qué mal la había pasado en todas las enfermedades que había tenido, porque era hombre, motivo por el cual el tucu se convirtió en su defensor cada vez que la tucu y yo nos acordábamos y nos cagábamos de risa. Las demás todas buenas experiencias, como la de este señor que nos fue contando sobre Bolivia mientras nos acercábamos a ella.
Nos dejó en un cruce entre nuestra ruta y la que lo llevaba a su mina de carbón. Pero antes nos habñló maravillas de Potosí (su ciudad) y del tío, que es quien acompaña y protege a los mineros que lo tributan. Nos contó que la primera vez que había vuelto a saludar a su familia, una noche vio una luz dorada vertical, desde el piso hacia arriba en el cerro y se asustó. Al día siguiente contando y preguntando, le habían dicho que era un señal del tío, que lo había elegido para mostrarle donde había oro, que sólo él lo veía; que debía ir con su tributo (chupi y coca) dejárselo y poner una señal, al día siguiente ir solo y sacar el oro. Nuestro amigo manifestó que ni en pedo entablaba amistad con el diablo y mucho menos por su oro, asique nunca más había mirado ese cerro de noche. Yo estaba más que maravillada con semejante historia y quise ver que le pasaba a oki, pero este estaba inmutable detrás de sus anteojos, miré por abajo y dormía el culeadazo. Nos despedimos, yo le quise regalar una de las billeteras recicladas que hago o un dibujo en agradecimiento, pero ni aceptó ni me dejó que se los enseñe siquiera.
Varados en tres cruces estuvimos fácil cuatro horas, odiados, en frente del puesto de gendarmes que revisan a todo el mundo que toma esa ruta en una u otra dirección (desde o hacia Bolivia). Nosotros fuimos un caso especial y creo que los desconcertamos. El camión nos dejó a unos metros hacia la derecha paralelo a su puesto y de alli caminamos hasta dos o tres pasando su puesto y creo que no supieron si les competía revisarnos o no, por eso no nos dejaban de mirar. Yo me acordaba la primera vez que había estado en ese control con mi amiga la fotógrafa de pelo fuxia y del gendarme que se le había dado por revisarle uno por uno sus miles de rollos mientras se hacía el simpático; y agradecía la confusión y nuestra libertad.
Cuando empezamos a vivir la hora número cinco sin que nadie nos levante en esa ruta desierta para llevarnos a la quiaca, le informé a oki que ya estaba harta, que iba a sacar mi perfume y jugar un poco con las cosas que había estado esperando. Oki asintió y abrió su mochila también. Yo encontré mi perfume y él encontró el de él, boludeamos un rato y los intercambiamos, ambos nos pusimos los dos mientras los gendarmes nos
miraban y buscaban algo para decirnos. Ya nos habían hecho cambiar de lugar dos veces y a mi me habían dicho que me sentara más alejada de la ruta. Con oki planeábamos trampas para matarlos sin dejar huellas. Después del perfume saqué los libros, después los lápices de colores y el cuaderno de dibujar, cuando me aburrí las dos remeras para hacer cambio de vestuario si quería; me sentí transpirada y desarmé toda la mochila hasta encontrar las toallitas húmedas de limpiarle el culo a los bebes, me lavé la cara con eso y le ofrecí una a oki que le encantó la idea. Solo cuando me faltaba sacar de la mochila las ojotas, la toalla, el snorkel y la hamaca que llevó para cuando llegue al caribe y quizá la pollera hindú, a lo lejos se vio un micro. Lo paro? Dijo oki, ansioso por irse. Yo pago diez le dije, e incrédula de que iban a hacer semejante descuento empecé a guardar con toda la paciencia del mundo; era como si jugara a que nos iban a descontar tanto y llevarnos después de cinco horas de nada. En menos de un minuto me hizo seña de que nos íbamos, y yo tenía todo TODO TODO TODO desparramado, que con el pánico esénico, la gente que apuraba desde arriba, los choferes que estarían cansados y querían llegar, los gendarmes que miraban, el bus estacionado en el medio de la ruta, la curva a unos metros, TODO parecía el triple, no me entraba en la mochila, estaba nerviosa y torpe y sentía más sueño que nunca. Oki me ayudaba y yo no podía retener que guardaba él y que guardaba yo, fue un caos. Cuando subimos nadie parecía enojado y agradecí a mi paranoia que hubiera creado semejante realidad paralela en mi cabeza, porque entonces yo ahora tenía una buena noticias.
Mejor que el precio, la buena onda colectiva y el calorcito del bus, fueron los asientos. Eran como sillones, alcochonados y reclinables. Nosotros veníamos de 15 días en carpa, peregrinación de por medio. Me puse la música en el mp3 y me quedé dormida escuchando música como tanto me gusta hacer (costumbre que me va costando ya tres auriculares rotos en lo que va del viaje, porque parece que los aplasto) y amando ese momento. Al instante siguiente me despertó oki (una vez más) con el cuento de que habíamos legado, que nos habíamos pasado y estábamos en el taller de la empresa y que mi celular no paraba de sonar. Fue horrible salir de ese sueño divino que estaba teniendo con una canción hermosa, para tener que hacerme cargo de mi mochilota toda mal armada y pesada, de encontrar la terminal y de los 500 mensajes de los chicos contándonos todos sus contratiempos y preguntándonos dónde estábamos que había recibido al entrar en la ciudad. Llegamos a la terminal y encontramos a los pos antes de que pudiera siquiera contestar un mensaje.
Nos abrazamos, nos besamos, gritamos, saltamos, alguno de nosotros le pisó un bulto a una chola y casi se arma. Fuimos a dejar las cosas a un lugar que habían encontrado los chicos donde todas las mujeres que se dedican al negocio de pasar ropa usada por las fronteras se reunían. Era un rectángulo como de tres por seis, había fácil 40 mujeres con unos bolsones enormes (muchas cholas pero no todas), una que dirigía, contaba prendas y pagaba y su hijo (único hombre hasta que llevamos nosotros) que oficiaba de perrito faldero. La dueña del negocio es esa, dijo pum que por estar medio deshidratado de lo apunado que estaba no se movía de la sala hacía rato; es una chola devenida en manta polar, y fue genial. Una vez más, cada uno contó su versión de las horas que habíamos pasado separados y nos felicitamos por el reencuentro. Ahí empezaba la odiada tarea, después de todo lo que habíamos pasado durante el día, de ver cómo eran los hospedajes de uno u otro lado de la frontera y decidir donde pasábamos la noche y ver cómo hacíamos con el cambio.

La última cena, ente relatos de las bandas femeninas e imposibilidad de mapas

De vuelta al camping y ya habiendo descansado un poco, conocí una mujer que también había subido pero en rol de observadora mujer de la música y el género. Me contó sobre las mujeres en las bandas de sikuris mixtas, especialmente de su conquista de los espacios de mando y de cómo les había costado ganarlos, y de las bandas solo de mujeres. Ella era de esas lesbianas feministas (que no son todas, siempre hace falta aclararlo) que no solo creen que hay que matar a todos los hombres y que todas las mujeres debemos hacerlo, sino que estaba convencida de que el proceso ya había empezado e impartía ordenes al respecto todo el tiempo. Pelo corto, escuálida y demacrada, mala y cortante con los varones (así les decía), pero se le llenaban los ojos de lágrimas cada vez que hablaba de la formación de la primera banda de sikuris de mujeres y era imposible no querer abrazarla. Porteña, profe de música haciendo su tesis para posgrado en géneros dentro de las prácticas musicales. Cuarentona con laptoc en nuestro camping.
Enseguida quise que fuéramos amigas, asique le conté que yo venía de familias muy matriarcales por lo que para mi el desafío era hacer el camino inverso y devolverle a los hombres el estatuto de sujetos. Le importó un carajo mi historia y quiso evangelizarme sobre la urgente (para los militantes dogmáticos todo sucede ahora: la revolución, los abusos más atroces y la mejor gestión de su organización, obvio) necesidad de prescindir de ellos. Me entristecí de que no pudiera encontrarse en mí y con dos o tres frases que me se de memoria, porque las tuve que usar muchas más veces de lo que hubiera querido, me zafé de la charla evangelizadora feminista anti hombres. Seguí hablando con ella, porque me interesaba mucho su investigación y porque me gustó sentir que yo nunca podría ser tan cuadrada. Pero tuve que superar cierta rabia conmigo misma para poder escucharla. Yo había visto a esas mujeres en la peregrinación, cargando, subiendo, tocando, comiendo, pero no me habían llamado la atención, ni había tenido ganas de hablar con ellas. Pensé que quizá era por semejante desilusión del evento religioso y porque no me pareció interesante la conquista de un espacio así. Tuve que reconocerme que no me había identificado con esas mujeres en lucha.
Contrario a lo que yo me había imaginado, cuando un grupo de tilcareñas decidieron armar su propia banda de sikuris, la mayoría de la cerrada, inamovible, tradicionalista y machista sociedad norteña las apoyó, no todos, por supuesto. Antes de esto las mujeres subían y bajaban el cerro, peregrinando por su amada virgen y sus materiales deseos, pero no formaban parte de las bandas: a lo sumo subían botiquines, banderas y carpas (enfermera, costurera, ama de casa) y por supuesto trabajaban en los puestitos de comida familiar (cocineras). Dice el diario que ellas dijeron, que cuando se deciden a formar la nada, los hombres les prestan los instrumentos y les enseñan a tocar, porque hasta ese momento no habían tenido posibilidad de aprender. Desde el 97 que surgió la primera hasta hoy se formaron cuatro y varias otras comenzaron a ser mixtas.
Cuentan las de la primera banda que cuando por fin se sintieron listas y con los instrumentos necesarios tuvieron que ir a pedirle la bendición al cura para poder asistir al evento. Y salieron de la casa donde se reunían tocando con miedo y vergüenza, porque no sabían como iba a reaccionar el pueblo. En el trayecto de la casa a la iglesia todos las aplaudieron, acompañaron y las demás bandas se sumaron al peregrinaje hacia la iglesia por la bendición. Cuando llegaron el cura las bendijo, pero les pidió silencio a las demás bandas para escuchar por primera vez una banda de mujeres y por primera vez se escuchó una sola banda por período de tiempo.
Todos nos emocionamos mucho, sumaba bastante la forma del relato de nuestra evangelizadora, aunque desprestigiaba mucho el apoyo recibido. Hoy por hoy, la mayoría de las bandas tienen más de 50 años de trayectoria y ya están constituidas,
todas tienen sus instrumentos, trajes y algunas hasta esponsors; ellas se siguen solventando con donaciones y les sigue siendo muy difícil, además del quedirán norteño, plata para instrumentos y trajes y ayuda con sus hijos y casas para poder ocuparse de la banda.
La invitamos a comer unos ñoquis rellenos que habíamos hecho y que serían nuestra solemne despedida del mundo de las cocinas y de la comida argentina, y no pudo creer que los hubiera amasado el señor mon mientras su compañero pum, oki y yo estábamos boludeando con tilcareño, internet y fernet respectivamente. Yo aporté una salsa blanca, que me salió grumosa como cada vez que se me ocurre compartirla con alguien, ella un vino riquísimo, el cordovazo su fernet que nadie se atrevió a tocarle y pum un video de él bailando de libertad cuando se había cortado el pelo en la punta del cerro de los siete colores purnamarqueño (lo tenía por debajo de las tetas! decía). Le agradecí que nos compartiera su investigación y que me acercara a algo a lo que no me había acercado. Los chicos optaron por no intentar convencerla de las discriminaciones que ellos también sufren y los miré profundo, agradeciendo su madures.
Cuando terminamos de comer ella siguió con su investigación computarizada y nosotros cuatro disfrutando de lo que el vino nos había regalo mientras esperábamos el fernet de oki. Intentamos charlar sobre nuestros recorridos en Bolivia, pero no conseguimos ni un mapa, ni ponernos de acuerdo sobre quien lo había guardado la última vez. Yo quise que cada uno dibujara lo que se acordaba del mapa y que después comparándolos lográramos uno que sintetice nuestras intuiciones sobre la geografía boliviana, como ya había hecho una vez varada en Colombia con grandes resultados; pero nadie apoyó la propuesta y tampoco le dieron bola al que yo había hecho mientras intentaba convencerlos. A nuestro grupo no le resultaba hacer planes, más allá de cruzar a Bolivia al atardecer del tercer día contando a partir de esa noche.



sábado, 16 de junio de 2012

Peregrinación segunda parte, el interés de los sacrificados ex victimas y nuestro glorioso abandono del evento.


De la nada nos vimos hablando de los momentos duros de la vida de cada uno y estuvo buena esa conexión. Se apareció un personaje que habíamos conocido la noche anterior en el negocio familiar, que nos buscaba con un termo de mate para invitarnos si no teníamos. Nos sentimos contentos y disfrutamos muchísimo del momento. Se hizo de noche y se fue nuestro amigo el porteño solidario, pero nosotros decidimos quedarnos bastante más para descanzar lo suficiente del aglutinamiento de la cumbre del cerro. Empezaron a bajar las nubes y nos rodearon. Esos momentos fueron mágicos, porque en las fotos salía como su humedad ocupaba espacio y eran impresionantes los cambios de temperatura cuando nos atrapaban. Nos fuimos finalmente porque no resistíamos más el frío.
Tomamos mate mirando las bandas que seguían tocando, peleándose por el espacio sonoro, todas al mismo tiempo (150). Cuando ya no teníamos más mate, ni calor, ni onda para seguir poniéndole a la situación, se apareció la banda de talleres con una botella con un líquido naranja. ¿Quieren esto para el frío? Sí,  que pregunta. Es jugo con alcohol etílico. Era fuerte, pero no más que el frío y el panorama (no habíamos conseguido donde pasar la noche). No sé en qué momento del ritual habrá sido, pero se empezaron a ver fuegos artificiales y toda la gente se conmovió mucho. Entonces yo comenté que la próxima vez que subiera (ya había descartado hacia  más de 24 hs. subir al año siguiente, asíque el otro o el otro) iba a llevar fuegos artificiales como manera de poder hacer yo también algo lindo por esa gente que hacía ese evento lindo que yo disfrutaba. A todos les pareció muy bien, pero me aconsejaron pedirle algo a la virgen a cambio. Yo no lo quiero hacer por la virgen, sino para la gente; es para devolver, no para pedir. Igual tu puedes pedir un deseo y la virgen te lo concibe. Y ahí empezaron todos a contar sobre los plasmas y los autos o motos que le pedían a la virgen, y me generaron ganas de hablarles de espiritualidad no material que fue lo que más rabia me dio.
Después apareció una banda con gente que también cantaba, es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente. Y lo que hasta ahí me había parecido algo de los más noble y bueno en tanto gente que sube y baja su cerro pidiendo deseos y agradeciendo me empezó a parecer una mierda. Yo siempre había valorado esos momentos de las tradiciones religiosas, quizá por lo curioso de los rituales o porque se presentan sin tantas restricciones o culpas.  Pero me empecé a acordar todas las veces que nos habían dicho que sin fe no se lograba, y me imaginé que cada vez que yo sentía que no podía y lo seguía intentando porque quería ver el ritual que hacía esa gente, ellos pensaban que le daban ese sacrificio a la virgen para que les diera su vento 0km. Me dio más repulsión que nunca la iglesia con toda su hegemonía aplastando la inocencia de la gente, que le pedía bienes de consumo importados. Pensé en toda la energía de esas 150 bandas con mínimo 12 integrantes y máximo 130, más las 1500 carpas con 4 personas   cada una, más los que estaban sin carpa como oki y como yo, en todo el esfuerzo por subir, las pocas horas de sueño, la música constante, cíclica, ritualezca, casi militar, y entendí al verlo de manera tan evidente que así se frenan revoluciones.
Por suerte ese momento estuvo mechado con historias de la cancha y de la barra de Jujuy defendiendo su localía más allá y contra la institución que regula el futbol de esa categoría provincial y la policía, asíque zafó y esa reflexión pudo esperar, porque en un primer momento me quise ir del evento esa misma noche.
Tomamos seis botellas con ellos, hasta que nos dimos cuenta que si nos daban ganas de hacer pis en esas condiciones, el remedio sería peor que la enfermedad (no voy a hablar de lo que eran los baños). Nos invitaron a dormir en su casita de su banda, pero yo no quise saber nada con su machismo etílico libidinoso, ni oki con las relaciones de competencia entre machos alcoholizados. Asíque agradecimos y les dijimos que mejor dormíamos en la iglesia. Apúrense que ya debe estar llena. ¿Qué? La puta madre. Lo único que no me gusta de viajar es adaptarme en cuanto a horarios, porque esto debió ser a las diez de la noche como tarde y con la mayoría de la gente durmiendo ya.
Efectivamente la iglesia estaba llena ya y como no podía ser de otra manera, no nos dejaron pasar. Asíque nos acomodamos en el único lugar que quedaba en la antesala, al lado de la puerta abierta. Un señor con un olor horrible se acostó al lado mío durante la noche, pero a la mañana siguiente ya no estaba. Muy, muy temprano y todavía de noche se empezaron a escuchar las bandas, mezcladas con música de misa y un cura con micrófono que después nos enteramos que bendecía a la virgen porque la iban a bajar. Salió la gente, salió el cura con su micrófono y su discurso de soy un cura bendiciendo una virgen, y después salieron unas viejas de lo más mandonas a decirnos que nos fuéramos, porque ellas (que se creían elegidas por el honor de la tarea) tenían que limpiar. Yo recordé todas las guarradas que había pensado hacer la primera vez que había escuchado eso de pasar la noche dentro de una iglesia en la punta de un cerro, lo comparé con lo que de verdad había pasado y odié esa tendencia que estaba tomando mi viaje a sorprenderme tanto en cuanto a la distancia entre mis fantasías y la realidad. Las hijas de puta se pusieron a barrer antes de que nosotros nos levantáramos y el odio que me corrió por el cuerpo imaginándome respirando ese polvo me sirvió para levantarme.
Tomamos mate y comimos algo en la plaza mientras amanecía  entre los cerros y volvía a aumentar el frío, tratando de prepararnos para el evento principal: se habían sorteado puestos (postas) a lo largo del camino, cada banda esperaba en su lugar a que llegaran las Señoras que iban bajando con la virgen. Cuando la virgen llegaba esa banda iba tocando con ellas hasta la siguiente posta. Así 150 veces. Además la bajada era placentera, nos habían dicho todos, y yo no veía la hora de pasar casi corriendo y fumando por el camino que tanto me había costado subir.
Con oki teníamos la rara sensación de que lo peor ya había pasado, no había que hacer más sacrificio físico y ya había descansado como para disfrutarlo; pero ya estábamos hartos de los sikuris, de las bandas y de tanta adulación a la virgen por virgen. Nos empezábamos a sentir mal por ser parte de todo eso y ya no cabía una mirada ingenua.
Empezamos a bajar con mucha facilidad, pero sin la alegría que esperábamos. Yo miraba a las familias que bajaban con sus carpitas y me daba rabia que hubieran subido con sus hijos y que les estuvieran enseñando eso. Quería preguntarles qué modelo de celular inteligente le habían pedido a la virgen, en vez de reclamarle al gobierno cloacas, agua potable, gas, que saque las mineras, que proteja los recursos, obras para que las crecidas de los ríos no sepulten los pueblos, escuelas u hospitales para las localidades chicas de la zona, movilidad, y todo lo que no sé que necesitan. Y ya no pude diferenciar entre la institución que saquea y las víctimas que lo permiten y legitiman con rituales como ese. La institución es la gente que la conforma.
Seguimos bajando a nuestro ritmo, alejándonos de la multitud cuando queríamos y volviendo cada tanto. No estuvo bueno no poder disfrutar del evento principal que era la bajada con música, pero nos sentimos muy bien de fugarnos del evento religioso cuando lo consideramos y de decirle a toda la gente con la que hablamos de ese momento en adelante que sí lo habíamos logrado sin fe y que no nos parecía nada bueno ni admirable ni la cultura del sacrificio, ni sacrificarse para que la virgen les haga un favor, ni esforzarse por lograr ser victimas del cansancio y Mercer más ese favor, ni eso de que el que más sufre es el más bueno. Nadie nos contestó nada, y ese silencio que representaba el fin de las conversaciones sobre la virgen fue lo mejor de los tres días de peregrinaje.

martes, 5 de junio de 2012

Tilcara, peregrinación de sikuris. Ábreme el pecho y respira.


No soy una persona religiosa, ni católica, ni creyente, en nada, ni siquiera en mí, ni en los ríos. Cuando hablo del dios de los bancos, de la diosa de la encontranza o del dios del chance (hacer dedo en colombiano), lo hago para burlarme de las instituciones y reírme antropológicamente. Cuando hablo del universo también es para reírme, pero la mayoría de las veces es también para expresar qué deseo que pase, porque sí me parece importante saber lo que quiero. Me parece que en la nada detrás del todo sí creo, pero ya me estoy yendo mucho de tema.
Supe de un evento multitudinario en Tilcara que consistía en gente creyente que subía una virgen al cerro y el miércoles de pascua la bajaba. Y después me enteré que era tradición también que miles (150) de bandas de sikuris también peregrinen, suben y bajen del cerro tocando.  Siempre había tenido ganas de ir a las caminatas hasta lujan, porque sí me gusta ver gente que se esfuerza para pedir cosas y conocer esas historias. Me gustaba la parte del físico y ver como interviene el cuerpo en la religiosidad de las personas, como van sintiéndolo y semantizándolo.
Esa era mi idea, y cuando supe de las bandas de sikuris y de uno de los paisajes más lindos de la argentina, no tuve nada que pensar. Me decían: son 6000 metros, 7 horas subiendo, noche a la deriva; yo pensaba: escalar, música, paisaje bello, charlas sobre historia de vida, buena onda. Me sirvió para darme cuenta que nunca escucho cuando me pongo ansiosa (eso ya lo sabía, pero después putié tanto que no creo que me lo vuelva a olvidar), y que pienso muy soberbiamente que si mucha gente hace algo para mi va a ser fácil.
Lo convencí a oki, mi amigo el cordobazo, video y charla con la banda de sikuris de talleres de perico de Jujuy de por medio, y al día siguiente a primera hora ya nos habíamos ido del camping a hacer las compras para pasar tres días arriba del cerro, escuchando música y fallándola. Contentísimos. Tardamos una hora y veinte en llegar al pie del cerro, con total agotamiento y la mitad del agua. Descansemos un toque oki, le dije. Al tercer paso de reanudada la marcha sentimos como si nunca nos hubiéramos detenido y volvimos a frenar, pero tratando aunque sea de no sentarnos. Era la subida más fuerte de mi vida y no podía creer tener que decirlo a los veinte minutos de haber empezado. Obviamente confiaba en cambiar el aire, asíque no me daba por vencida. A los cuarenta minutos oki se quiso volver y yo le pedí su agua. Desistió, porque él además era vertiginoso y debía pasar por precipicios heavys. Lo seguimos intentando. El aire nunca alcanzaba, pero nosotros nos frenábamos solo cuando el corazón estaba por salirse. Así pasaban las horas y nosotros ni avanzábamos ni cambiábamos el aire. Yo no podía creer que me siguiera costando tanto. Cuando parábamos porque el corazón se salía, teníamos que respirar por lo menos cuatro veces hasta sentir que cada parte del cuerpo tenía la cantidad de aire que necesitaba. Yo seguía sin contemplar ni en broma la posibilidad de no llegar, me parecía imposible desistir (pero realmente más imposible era avanzar). Nos pasaban familias, burros, burras, perros, nenes cargando bombos y nosotros fantaseábamos con una camioneta de la que colgarnos, ya en silencio, cada uno por su lado, obvio. Yo me acordaba de una canción que yo creía que se llamaba ábreme el pecho y respira, y me parecía lo más genial del mundo, pero cuando bajé y la quise escuchar, resultó que se llamaba ábreme el pecho y registra. Lo único que teníamos a favor con oki era que recién eran las diez de la mañana.
Como a las tres horas nos cruzamos a un tilcareño que resultó ser nuestro súper amigo, nos dio alcohol para envalentonarnos y apoyo psicológico. Yo ya estaba en la etapa que me llega poco aire al cerebro y cada tres pasos sentía el principio de cuando me estoy por desmayar (me baja la presión bastante seguido). Se quiso hacer el súper hombre y me dijo de llevarme mi mochila. Amo el machismo le conteste, oki se río, y él me reputió cuando la cargó, con el cuento de que pesaba como doce kilos y que a quien se le ocurre subir con semejante peso. Somos ratas y nos estamos llevando la verdura para cocinar arriba. Silencio que no se entendió si fue porque creyó que éramos vegetarianos y no quiso ser más nuestro amigo, por el peso, porque habría fantaseado con una papita a las brazas, o porque sabía que arriba no había ni leña ni reparo para hacer el fuego, pero no los quiso decir.
El súper tilcara 2012, como todos los lugareños subía desde siempre todos los años sin falta. Cada vez agradecían lo que les había cumplido la virgen y pedían un deseo nuevo. Él subía a agradecer que su hijo no había nacido con problemas como le habían dicho los médicos que pasaría, y a pedir juntar en un mes los 20.000 pesos que le faltaban para poder comprarse el vento cero km que su mujer tanto quería. ¿Qué? Yo tenía demasiado poco oxígeno en sangre como para poder articular algo que no fuera ese qué. Lo miré a oki, pero estábamos demasiado desinflados como para conectar en algo que no fuera “no puedo más boluda, yo tampoco boludo”.
Gracias a él pudimos llegar hasta la mitad del camino, después de nueve horas de subir sin aire. Llegamos, nos sentamos y nos dormimos. Tomamos unos mates cuando nos levantamos de las dos horas de siesta, justo antes de que empiece a anochecer. Nuestro amigo y salvador nos invitó a la tienda que era de su familia, donde se hicieron unos buenos pesos dando de comer al que pedía. A nosotros también, porque apenas podíamos respirar, mucho menos juntar leña.
Cuando nos cansamos salimos y miramos el cielo con sus magníficas estrellas. Se empezó a correr el rumor de que llegaba la primera banda y todos nos acercamos al principio del campamento para esperarla. Se escucharon dos bombas muy fuertes, y luego de a poco y muy lejana su música. Tambores, vientos y cada tanto una matraca. Fue emocionante sentir llegar a esos músicos que habían cargado sus instrumentos todo el camino. No sé cómo, pero se aparecieron tocando (el sikuri es un instrumento de viento y sigo sin entender de dónde sacaban el aire). Se sentía el conmoverse de todos los que habíamos subido con tanto esfuerzo a escucharlos y ellos que subían y tocaban con tanto esfuerzo para nosotros. Todo en absoluta oscuridad con las estrellas de fondo iluminando los cerros y las nubes que de a poco empezaban a bajar para esconderlos y enfriarnos.
Nos emocionamos, tuvimos una charla copada sobre la posibilidad de los orígenes no cristianos de la aparición y la cruel apropiación del culto por parte de la iglesia. Aun en ese momento, con toda nuestra ingenuidad, sentíamos algo raro y susurrábamos sobre el tema. Todos contaban la historia de que el equipo del 86 subió en el 85 a pedir el campeonato, pero nunca volvió a agradecer, y que por eso nunca más argentina ganó un mundial. A mi me pareció un disparate tremendo, hasta que me acordé de haber visto la replica de la copa en el museo de tilcara, junto con una nota de agradecimiento firmada por todos los jugares y demases, y de no haber entendido por qué. Historias. Decidimos que mejor dormíamos afuera que esperar a que se calme de demanda el negocio familiar para que concreten su promesa de invitarnos a dormir. Si en algo nos llevábamos bien con oki era en los niveles de ansiedad siempre altos, aun sin aire que los alimente.  Nos pusimos todo el abrigo, buscamos una linda piedra, porque blanda no íbamos a encontrar, y sin sacarnos ni las zapatillas nos metimos horizontales en la bolsa. Esa noche fue a la intemperie, a 1800 m, sin carpa y con todas las bandas que siguieron llegando durante la noche, pasándonos al ritmo de la música por al lado.
Al día siguiente me despertó oki aun de noche. Quedaba una sola banda sin irse y nos convenía ir con ellos para tratar de seguirles el ritmo. Mientras reaccionábamos se fueron, pero pudimos acomodarnos con tiempo. Yo me sentía tan mal que ni mate tomé, deseaba seguir durmiendo y despertar en un mundo cálido, al nivel del mar, con agua dulce tomable y sin un cerro que subir (todavía no me habían hartado ni los sikuris, ni la religiosidad)
Tanto habremos tardado que llegó otra banda, descansó, desayunó y casi sigue sin nosotros. Nos fuimos con ellos concientes de que nuestra única posibilidad de llegar era no aflojar y hacerlo a su ritmo. Nos alegrábamos cada vez que frenaban y puteabamos cuando no lo hacían, pero ni se nos ocurría rezagarnos. No sé cómo hicimos. Sí sé que había dos niñitos de cinco y ocho años que no lucían cansados y no pude enternecerme de la envidia que sentí por ellos. Cuando faltaban 500 m de subida empinada, nos dijeron que ellos debían dar la vuelta al cerro para entrar por la capilla como banda, pero que nosotros podíamos acortar camino. Fue un error, para oki no tanto, pero yo me tardé más de dos horas en hacer esas cinco cuadras. Cuando por fin estuve arriba no me emocioné ni nada de lo que había pensado. Me senté (me llené de espinas de unos cactos microscópicos que había)  y pasó el tiempo sin que yo pensara en nada, ni siquiera en levantarme. Lo hice cuando junté las fuerzas necesarias y más que nada fue porque escuché que decían que del otro lado había menos viento. Fui al otro lado y me volví a sentar por donde pasaban las bandas a ver si veía al rodrigazo (me sigo confundiendo cordobazo con rodrigado como cuando tenía 16 años, y con poco oxígeno en sangre, peor). Oki no pasó y yo no descansé, pero sí me horroricé de las 1500 carpas que había. Una al lado de la otra. Tantas y nosotros ninguna.
Decidí que me haría mejor caminar que estar sentada y me dediqué a encontrar a oki. Había pensado que me sería fácil, porque llevaba un buzo verde fosforescente de lo más floger, pero resultó que había toda una delegación de sikuris con ese atuendo. Bueno, hasta mañana no bajamos, hay tiempo, pensé. En menos de un minuto lo encontré, buscándome con una botella de agua que había conseguido después de hacer una hora de fila en una canilla comunitaria. Fue lo más. También había averiguado como conseguir agua caliente para el mate, me pidió el termo y reapareció con el agua caliente. Otra vez fue lo más. Pero yo seguía semidesmayada, incapaz de decir algo más que un joya, gracias. Tomamos mate, almorzamos, charlamos con una chica que nos pidió comida y muy de a poco recuperamos nuestras charlas, pero no demasiado. Después seguimos descansando.
Decidimos buscar un lugar al reparo para hacer la siesta y nos encontramos con el club de fans que oki había logrado tener por ser de talleres de Córdova, la banda de sikuris de talleres de perico, Jujuy. Nos invitaron, nos dieron de comer (aceptamos) a él lo alcoholizaron y nos contaron todas sus historias como porongas de la barra de algo. A mi me hartaron bastante rápido. Uno de los más viejos y gordos me quería levantar y proponía a cada rato deshacerse de oki para que nos quedáramos juntos. Además hablaban de la virgen, así que retomé el plan de dormir la siesta. Me despertó oki para que no me perdiera una formación que hacían y luego la vuelta al cuadrado que formaban todas las casitas que eran para las bandas. Fuimos. Me costó un montón encontrarle la onda al evento y a los movimientos de la gente para poder sacar las fotos que yo quería de los músicos con sus expresiones mientras tocaban sus instrumentos. Cuando lo logré disfruté muchísimo. Después pasié un rato, empezando a sospechar que ya estaba un poco saturada de tanta gente, tanto sacrificio, tanto hablar de la virgen, tantas pocas horas de sueño y tanto tambor en la oreja. Al rato me lo encontré a oki que se ve que le pasaba lo mismo, porque me propuso alejarnos hacia la nada (donde empezaba a bajar el cerro, al borde del precipicio)