miércoles, 27 de junio de 2012

La última cena, ente relatos de las bandas femeninas e imposibilidad de mapas

De vuelta al camping y ya habiendo descansado un poco, conocí una mujer que también había subido pero en rol de observadora mujer de la música y el género. Me contó sobre las mujeres en las bandas de sikuris mixtas, especialmente de su conquista de los espacios de mando y de cómo les había costado ganarlos, y de las bandas solo de mujeres. Ella era de esas lesbianas feministas (que no son todas, siempre hace falta aclararlo) que no solo creen que hay que matar a todos los hombres y que todas las mujeres debemos hacerlo, sino que estaba convencida de que el proceso ya había empezado e impartía ordenes al respecto todo el tiempo. Pelo corto, escuálida y demacrada, mala y cortante con los varones (así les decía), pero se le llenaban los ojos de lágrimas cada vez que hablaba de la formación de la primera banda de sikuris de mujeres y era imposible no querer abrazarla. Porteña, profe de música haciendo su tesis para posgrado en géneros dentro de las prácticas musicales. Cuarentona con laptoc en nuestro camping.
Enseguida quise que fuéramos amigas, asique le conté que yo venía de familias muy matriarcales por lo que para mi el desafío era hacer el camino inverso y devolverle a los hombres el estatuto de sujetos. Le importó un carajo mi historia y quiso evangelizarme sobre la urgente (para los militantes dogmáticos todo sucede ahora: la revolución, los abusos más atroces y la mejor gestión de su organización, obvio) necesidad de prescindir de ellos. Me entristecí de que no pudiera encontrarse en mí y con dos o tres frases que me se de memoria, porque las tuve que usar muchas más veces de lo que hubiera querido, me zafé de la charla evangelizadora feminista anti hombres. Seguí hablando con ella, porque me interesaba mucho su investigación y porque me gustó sentir que yo nunca podría ser tan cuadrada. Pero tuve que superar cierta rabia conmigo misma para poder escucharla. Yo había visto a esas mujeres en la peregrinación, cargando, subiendo, tocando, comiendo, pero no me habían llamado la atención, ni había tenido ganas de hablar con ellas. Pensé que quizá era por semejante desilusión del evento religioso y porque no me pareció interesante la conquista de un espacio así. Tuve que reconocerme que no me había identificado con esas mujeres en lucha.
Contrario a lo que yo me había imaginado, cuando un grupo de tilcareñas decidieron armar su propia banda de sikuris, la mayoría de la cerrada, inamovible, tradicionalista y machista sociedad norteña las apoyó, no todos, por supuesto. Antes de esto las mujeres subían y bajaban el cerro, peregrinando por su amada virgen y sus materiales deseos, pero no formaban parte de las bandas: a lo sumo subían botiquines, banderas y carpas (enfermera, costurera, ama de casa) y por supuesto trabajaban en los puestitos de comida familiar (cocineras). Dice el diario que ellas dijeron, que cuando se deciden a formar la nada, los hombres les prestan los instrumentos y les enseñan a tocar, porque hasta ese momento no habían tenido posibilidad de aprender. Desde el 97 que surgió la primera hasta hoy se formaron cuatro y varias otras comenzaron a ser mixtas.
Cuentan las de la primera banda que cuando por fin se sintieron listas y con los instrumentos necesarios tuvieron que ir a pedirle la bendición al cura para poder asistir al evento. Y salieron de la casa donde se reunían tocando con miedo y vergüenza, porque no sabían como iba a reaccionar el pueblo. En el trayecto de la casa a la iglesia todos las aplaudieron, acompañaron y las demás bandas se sumaron al peregrinaje hacia la iglesia por la bendición. Cuando llegaron el cura las bendijo, pero les pidió silencio a las demás bandas para escuchar por primera vez una banda de mujeres y por primera vez se escuchó una sola banda por período de tiempo.
Todos nos emocionamos mucho, sumaba bastante la forma del relato de nuestra evangelizadora, aunque desprestigiaba mucho el apoyo recibido. Hoy por hoy, la mayoría de las bandas tienen más de 50 años de trayectoria y ya están constituidas,
todas tienen sus instrumentos, trajes y algunas hasta esponsors; ellas se siguen solventando con donaciones y les sigue siendo muy difícil, además del quedirán norteño, plata para instrumentos y trajes y ayuda con sus hijos y casas para poder ocuparse de la banda.
La invitamos a comer unos ñoquis rellenos que habíamos hecho y que serían nuestra solemne despedida del mundo de las cocinas y de la comida argentina, y no pudo creer que los hubiera amasado el señor mon mientras su compañero pum, oki y yo estábamos boludeando con tilcareño, internet y fernet respectivamente. Yo aporté una salsa blanca, que me salió grumosa como cada vez que se me ocurre compartirla con alguien, ella un vino riquísimo, el cordovazo su fernet que nadie se atrevió a tocarle y pum un video de él bailando de libertad cuando se había cortado el pelo en la punta del cerro de los siete colores purnamarqueño (lo tenía por debajo de las tetas! decía). Le agradecí que nos compartiera su investigación y que me acercara a algo a lo que no me había acercado. Los chicos optaron por no intentar convencerla de las discriminaciones que ellos también sufren y los miré profundo, agradeciendo su madures.
Cuando terminamos de comer ella siguió con su investigación computarizada y nosotros cuatro disfrutando de lo que el vino nos había regalo mientras esperábamos el fernet de oki. Intentamos charlar sobre nuestros recorridos en Bolivia, pero no conseguimos ni un mapa, ni ponernos de acuerdo sobre quien lo había guardado la última vez. Yo quise que cada uno dibujara lo que se acordaba del mapa y que después comparándolos lográramos uno que sintetice nuestras intuiciones sobre la geografía boliviana, como ya había hecho una vez varada en Colombia con grandes resultados; pero nadie apoyó la propuesta y tampoco le dieron bola al que yo había hecho mientras intentaba convencerlos. A nuestro grupo no le resultaba hacer planes, más allá de cruzar a Bolivia al atardecer del tercer día contando a partir de esa noche.



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