De
vuelta al camping y ya habiendo descansado un poco, conocí una mujer
que también había subido pero en rol de observadora mujer de la música y
el género. Me contó sobre las mujeres en las bandas de sikuris mixtas,
especialmente de su conquista de los espacios de mando y de cómo les
había costado ganarlos, y de las bandas solo de mujeres. Ella era de
esas lesbianas feministas (que no son todas, siempre hace falta aclararlo) que no solo creen que hay que matar a todos
los hombres y que todas las mujeres debemos hacerlo, sino que estaba
convencida de que el proceso ya había empezado e impartía ordenes al
respecto todo el tiempo. Pelo corto, escuálida y demacrada, mala y
cortante con los varones (así les decía), pero se le llenaban los ojos
de lágrimas cada vez que hablaba de la formación de la primera banda de
sikuris de mujeres y era imposible no querer abrazarla. Porteña, profe
de música haciendo su tesis para posgrado en géneros dentro de las
prácticas musicales. Cuarentona con laptoc en nuestro camping.
Enseguida
quise que fuéramos amigas, asique le conté que yo venía de familias muy
matriarcales por lo que para mi el desafío era hacer el camino inverso y
devolverle a los hombres el estatuto de sujetos. Le importó un carajo
mi historia y quiso evangelizarme sobre la urgente (para los militantes
dogmáticos todo sucede ahora: la revolución, los abusos más atroces y la
mejor gestión de su organización, obvio) necesidad de prescindir de
ellos. Me entristecí de que no pudiera encontrarse en mí y con dos o
tres frases que me se de memoria, porque las tuve que usar muchas más
veces de lo que hubiera querido, me zafé de la charla evangelizadora
feminista anti hombres. Seguí hablando con ella, porque me interesaba
mucho su investigación y porque me gustó sentir que yo nunca podría ser
tan cuadrada. Pero tuve que superar cierta rabia conmigo misma para
poder escucharla. Yo había visto a esas mujeres en la peregrinación,
cargando, subiendo, tocando, comiendo, pero no me habían llamado la
atención, ni había tenido ganas de hablar con ellas. Pensé que quizá era
por semejante desilusión del evento religioso y porque no me pareció
interesante la conquista de un espacio así. Tuve que reconocerme que no
me había identificado con esas mujeres en lucha.
Contrario a lo
que yo me había imaginado, cuando un grupo de tilcareñas decidieron
armar su propia banda de sikuris, la mayoría de la cerrada, inamovible,
tradicionalista y machista sociedad norteña las apoyó, no todos, por
supuesto. Antes de esto las mujeres subían y bajaban el cerro,
peregrinando por su amada virgen y sus materiales deseos, pero no
formaban parte de las bandas: a lo sumo subían botiquines, banderas y
carpas (enfermera, costurera, ama de casa) y por supuesto trabajaban en
los puestitos de comida familiar (cocineras). Dice el diario que ellas
dijeron, que cuando se deciden a formar la nada, los hombres les prestan
los instrumentos y les enseñan a tocar, porque hasta ese momento no
habían tenido posibilidad de aprender. Desde el 97 que surgió la primera
hasta hoy se formaron cuatro y varias otras comenzaron a ser mixtas.
Cuentan
las de la primera banda que cuando por fin se sintieron listas y con
los instrumentos necesarios tuvieron que ir a pedirle la bendición al
cura para poder asistir al evento. Y salieron de la casa donde se
reunían tocando con miedo y vergüenza, porque no sabían como iba a
reaccionar el pueblo. En el trayecto de la casa a la iglesia todos las
aplaudieron, acompañaron y las demás bandas se sumaron al peregrinaje
hacia la iglesia por la bendición. Cuando llegaron el cura las bendijo,
pero les pidió silencio a las demás bandas para escuchar por primera vez
una banda de mujeres y por primera vez se escuchó una sola banda por
período de tiempo.
Todos nos emocionamos mucho, sumaba bastante
la forma del relato de nuestra evangelizadora, aunque desprestigiaba
mucho el apoyo recibido. Hoy por hoy, la mayoría de las bandas tienen
más de 50 años de trayectoria y ya están constituidas,
todas
tienen sus instrumentos, trajes y algunas hasta esponsors; ellas se
siguen solventando con donaciones y les sigue siendo muy difícil, además
del quedirán norteño, plata para instrumentos y trajes y ayuda con sus
hijos y casas para poder ocuparse de la banda.
La invitamos a
comer unos ñoquis rellenos que habíamos hecho y que serían nuestra
solemne despedida del mundo de las cocinas y de la comida argentina, y
no pudo creer que los hubiera amasado el señor mon mientras su compañero
pum, oki y yo estábamos boludeando con tilcareño, internet y fernet
respectivamente. Yo aporté una salsa blanca, que me salió grumosa como
cada vez que se me ocurre compartirla con alguien, ella un vino
riquísimo, el cordovazo su fernet que nadie se atrevió a tocarle y pum
un video de él bailando de libertad cuando se había cortado el pelo en
la punta del cerro de los siete colores purnamarqueño (lo tenía por
debajo de las tetas! decía). Le agradecí que nos compartiera su
investigación y que me acercara a algo a lo que no me había acercado.
Los chicos optaron por no intentar convencerla de las discriminaciones
que ellos también sufren y los miré profundo, agradeciendo su madures.
Cuando
terminamos de comer ella siguió con su investigación computarizada y
nosotros cuatro disfrutando de lo que el vino nos había regalo mientras
esperábamos el fernet de oki. Intentamos charlar sobre nuestros
recorridos en Bolivia, pero no conseguimos ni un mapa, ni ponernos de
acuerdo sobre quien lo había guardado la última vez. Yo quise que cada
uno dibujara lo que se acordaba del mapa y que después comparándolos
lográramos uno que sintetice nuestras intuiciones sobre la geografía
boliviana, como ya había hecho una vez varada en Colombia con grandes
resultados; pero nadie apoyó la propuesta y tampoco le dieron bola al
que yo había hecho mientras intentaba convencerlos. A nuestro grupo no
le resultaba hacer planes, más allá de cruzar a Bolivia al atardecer del
tercer día contando a partir de esa noche.
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