martes, 22 de mayo de 2012

Reempecé mi viaje en Tucumán, una de mis provincias preferidas y consideradas bien latinoamericanas. Totalmente enamorada del noroesteargentino desde la primera vez que lo conocí, de los Andes áridos y selváticos, de su gente cálida, hospitalaria, sacrificada y sin corromper por el consumo desmedido. Pueblos perdidos, caminos de ripio, la altura y el frío ilimitado de noche. Fue todo eso y quien sabe qué más lo que en su momento me llevó a tomar la decisión de cambiar mi modo de vida, pero eso es otra historia. Esta vez fue diferente, porque tuve oportunidad de conocer el ser tucumano más de cerca.  Y sentí bastante la diferencia entre mis viajes como turista y este en el que pretendo encontrar mi identidad latinoamericana.
Maravillada como siempre con el acento (me pone, dirían los españoles), el calor, la selva y las construcciones de colores, paseé por San Miguel desde adentro tratando de aprenderme todas las palabras que podía. Tamales, humita casera para mi cumpleaños, cerveza norte y su acido humor frontal.
Me hospedaron cálida y alimentariamente las familias de amigos hechos en Colombia y fue hermoso sentir como esos lazos sobreviven la distancia, los climas, la economía, la limpieza y sanidad, el tiempo, los contextos; y dejar que resurjan redefinidos todas las veces que sea posible. Amistades. Si algo amo de los vínculos son los momentos de conocer su mundo, sus gentes, sus queridos, su día a día, sus sentidos y nuestra relección de la relación y de nosotros mismos.
Tanto en la capital como en los pueblos del interior aprendí lo que para ellos significa la FAMILIA. Al escribirlo así me suena a mafia, pero es parte de este algo raro que siento. Antes que nada considero el liberarse de los mandatos familiares como una de las libertades más importantes a conquistar, la que nos constituye como personas para luego después salir al mundo. Psicologisista, sí. Y entonces fue por lo menos raro ver como sucede esto en sociedades mas tradicionales, conservadoras y estáticas, y me parece un punto difícil hasta de exponer, porque yo pienso que el poder mantener una identidad es libertad (en toda la Provincia de Tucumán  recién hay 4 Mcdonals y sobreviven así la chicha y las comidas típicas) pero qué pasa con la libertad de buscar la identidad más allá de los mandatos, de concebirse singular dentro de la familia?
Me paralicé cuando entendí al ver por qué dicen que a los machistas los educan las mujeres. Vi hombres vacíos e impotentes frente a mujeres que les hacen todo, TODO. Me sentí impotente al hablar con esos hombres y mujeres sin poder (…) sin poder nada, porque a ellos en particular no les interesaba  otra visión o salir de esa estructura en la que se criaron y en la que pretenden educar a sus hijos, aunque uno los vea y ellos se admitan claramente infelices. Una noche de alcohol no me contuve más y pregunté con todo mi ser horrorizado, como es imposible que no pase ante tanto intento por contener la pregunta: ¿no van al psicólogo acá? Y me contestaron que era algo que yo nunca iba a entender; que sí iban hasta que se sentían mejor (o sea, hasta que volvían a ser funcionales al modo social). Viajar sola me obliga a relacionarme de otra manera, valorar la compañía y ser más tolerante. Está bueno, porque uno se vincula con la gente del lugar y malo, porque al no estar con alguien de similar idiosincrasia no hay con quien compartir las opiniones tan diferentes. Angustian los puntos en los que no nos podemos poner de acuerdo y es difícil entender que algunas diferencias puedan enriquecerme.
Agradecí mi formación y educación y me pesó muchísimo haber encontrado un ítem en el que no quería ser como alguien que consideraba más latinoamericano que yo, pero me pesó más su dolor por no poder hacer nada para no ser lo que no querían ser, y obviamente, narcisistamente, me pesó no lograr conectar. Como mujer sentí que no tenía nada que ver con aquellas familias, con cocinarles y limpiarles a sus hombres, con opinar sobre sus novias, con fomentar su inutilidad para seguir siendo necesarias, con acorrarlarlos todo el tiempo para que no hicieran nada sin ellas, con enseñarles a coser a las mas chicas, con estar chiva por un hombre ausente; como amiga me sentí un fracaso por no poder decir esto de una manera en que se construya algo.
Pero no subestimar a nadie es un requisito indispensable a la hora de asumirse a uno mismo no omnipotente y por consiguiente libre. Confío en esa gente que tanto me enseñó sobre la hospitalidad norteña, en su capacidad  de reinventarse y cortar con lo que les haga mal; y les dejé bien en claro que cuando eso suceda se acuerden de mí y me busquen para charlar.
Me quedó la sensación de abismo y angustia. Empecé a sentir que las cosas que yo creía que eran inocencia, confianza, buena onda, hospitalidad, valorar la tradición, amar a su tierra, etc, en realidad no estaban tan lejos de la obediencia acrítica, que es la hipótesis de tantos. Y ví como los reproducían y cuanto serían capaces de pelear en una discusión por eso. Me paranoiqueó no poder salir del círculo y desesperanzó la imposibilidad de comunicación.
 ¿y? ¿qué uno no viaja para eso? Valoré lo propio y me pregunté seriamente si la situación me molestaba tanto por alguna proyección, porque en definitiva, este sentimiento lo tengo yo. Pensé en la familia matriarcal que me constituyó y en todo lo que me generó la libertad de poder no elegir ese modelo, y entre todas esas cosas recordé ese nosequé de los Valles Calchaquíes o de las Ruinas de Quilmes donde comenzaron tantas reflexiones y cosas que me instaron a volver de otra manera. Y todavía no me sentí lista para comprender.
Y así empezó mi viaje por Latinoamérica, inquieta y con ruidos,  desterrando idealizaciones y muy conforme con eso. Como todo, nada es tan grave y también tuve oportunidad de ver familias y personas que se manejaban de otras maneras y traté de pensar en eso (en todas partes la vida está llena de heroísmo), pero ya sabemos lo que pasa con las inquietudes: siempre pesan más! Lista para seguir pensando en esto y para mi próxima reflexión, y anhelando alguna conclusión, enamoradísima del paisaje y de la nobleza de su gente partí a Catamarca. Poca tele, muchas charlas; mucho asado y la música folklórica que lamentablemente todavía no aprendo a disfrutar. Empanadas de carne, vino patero y calor, mucho calor en el marzo tucumano. La Luna Tucumana y toda mi admiración por su amor a Pacha, a sus tradiciones, por su conocimiento práctico de su geografía, su mirada desinteresada, sus tantas preguntas buscando entenderte y su frontal opinión, porque si te tienen que decir caprichosa porque se te canta tomar agua de la canilla te lo dicen!
(También me sentí ingenua sobre mi proyecto y los alcances de la europeización en mi cabeza, no me iba a ser tan fácil deshacerme de eso.) 

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