martes, 22 de mayo de 2012

como sabés que estas viajando?


Llegué a Santa María de la Sierra catamarqueña, ciudad limítrofe de Amaicha de Valle tucumana en un colectivo repleto de gente y con mi mochila, bolsa de comida, campera y bolsa de dormir a upa. Fue un caos pasar por entre toda la gente que viajaba parada para poder bajarme en el centro, antes de la terminal. Era la primera vez que pisaba Catamarca y tenía mucha expectativa porque nunca había podido llegar. Me pareció hermosísimo el valle y su gente pero no había tiempo para admirar, tenía la siguiente lista de prioridades: sacar plata del cajero, conseguir hospedaje y lavar el único par de medias que había llevado a esa aventura.
Había llevado poca plata después de preguntar y cerciorarme de que en Amaicha hubiera cajero. Cajero había, lo que no hubo fue gente con voluntad de llenarlo ni el viernes, ni el fin de semana, ni el lunes, ni el martes. Entonces con mis últimos tres pesos me ví obligada a pagar el micro de dos con setenta hacia el lugar mas cerca donde hubiera un cajero. De esa manera se inauguraba el primero de tantos momentos en los que en todos  mis viajes tengo problemas con los bancos, siempre algo pasa, a tal punto que me ví exigida ya en Colombia  a generarme una divinidad para ver si tenía más suerte, el dios de los bancos, pero la verdad es que no le gusto mucho.  Me habían informado todo: en Santa María había un solo banco y tres cajeros, o sea que a lo sumo yo iba a estar sin plata hasta la mañana siguiente. Llegué al banco, hice la fila,  y el primer cajero estaba desenchufado. Respire y mire al de al lado, tenia su propia fila y había que esperar. Dios de los bancos, dios de los bancos, dios de los bancos. Se desocupó, puse la tarjeta y las claves y se escuchó el ruido del seño que está adentro del cajero contando el dinero. Listo, no me había preocupado tanto tampoco.
Me encontré con que los campings quedaban lejos de la ciudad (fue una lastima que me encontrara con que no tenía carpa al día siguiente, al llegar al camping que quedaba a tres km de la ciudad, pero eso es otra historia) asique me hospedé en la habitación donde mejor precio y cordialidad me hicieron y comencé a descansar mientras me daba cuenta que era mi primer momento del viaje sola, que de alguna manera mi viaje empezaba ahí.
¿y cómo sabés cuando empezó el viaje?
1.       Aparece devoción por una nueva divinidad, dios de la encontranza, te encontrás tirado justo lo que necesitás; o sea una crema hidratante después de haber estado dos horas y media haciendo dedo al medio día en pleno cerro tucumano, más un rímel al agua, un delineador genial y dos perfumes para tu amiga.
2.       De la nada, algo insólito, una estampida de caballos cuando salimos del camping a pasear por el pueblo en amaicha. NO CORRAN. Y de toque un perro de mierda te asusta.
3.       Eterna repetición de las siguientes comidas: sándwich, arroz, fideos, polenta … cerveza, pan.
4.       Que el pelo no se mueva.
5.       Tener una rasta o trencita nueva, o tres, cuatro o cinco.
6.       Que te regalen algo que a los demás les cobran por tu cara de muerto de hambre.
7.       Tener problemas con los bancos, cajeros, bancarios o con la plata en general.
8.       Quemarme el bigote cuando tuqueo mis puchos.
9.       Ropa: lo que me saco por sucio me pongo por limpio, dijo mi amiga con la que fui por segunda vez a Tucuman.
10.   Que te digan que no tomes el agua de la canilla.
11.   Que te duela la canilla porque te caíste en una asequia (estaba totalmente oscuro y venía hablando muy compenetrada con mi amigo)
12.   Hablarle a cualquier persona que tenga una mochila.
13.   Recordar la sensación de que si te roban las cosas no es tan grave porque por lo menos reducís peso.
14.   Haber perdido el jabón y darte cuenta al tercer día, no por sucia sino porque usabas el de tu amigo.
15.   Quedarte sin pilas en el momento más importante de la excursión y no haber cargado las otras o no haberlas llevado.
16.   Empezar a sentir la abstinencia por entrar a Facebook.

Me dí un baño y traté de empezar a entender que por fin estaba viajando, después de haber cerrado un montón de cosas para que nada me obligara volver y esto fuera solo cuando yo lo decidiera y después de haberlo pospuesto varias varias veces. Respiré y me saludé en cada uno de esos momentos, desde la primera vez que había planeado viajar por toda Latinoamérica hasta que me aburriera hacía casi dos años atrás en México, cuando tuve que desocupar mi casa y deshacerme de todas mis pertenencias para no habilitar a nadie a que me haga uno de esos  favores que devienen en reproche rápida, inentendible, inevitable y con pretensiones de casualmente (igual me quedé con un baúl lleno de recuerdos de mis muertos y un canasto con todos mis diarios), encontrarle familia adoptiva a mi perrita Antar, volver de Colombia para quedar varada de nuevo, todas las charlas con mi mamá sobre mi futuro y su amor al conocimiento universitario, y todas las despedidas que tuve todas las veces que me estuve por ir en mi último mes varada en mardel. En mis amigos y mi amor hacia ellos, en todo lo que los elijo y respeto que no estén acá conmigo, porque los amo porque aman sus vidas.  

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