martes, 22 de mayo de 2012

antofagasta: odisea de ida, estadía y vuelta: 2


Unos segundos antes del viento atroz de las siete de la tarde, el idiota del santafesino que había cambiado rockearla por religión busca ovnis contó, interrogado por el catalán, que además de en sueños los ve en las montañas y en puntos que ellos le dicen (en sueños) y que estaba en ese pueblo para hacer contacto. Que interesante, dije yo con todo mi ser poniéndole onda a la situación. Y entonces me invitó a verlos subidos al cerro que estaba detrás del cementerio ese mismo atardecer. A esa altura yo ya me había tomado la situación como una performance de actuación y estaba tan empecinada en cumplir con mi papel  y a serle fiel a un personaje que me había inventado mientras él hablaba, que le dije con mucho entusiasmo que sí. A veces me dejo llevar demasiado y esos momentos son los que después fundamentan mi fobia e  hipótesis de que hay que tener cuidado con la gente, porque a veces uno se pierde en los vínculos. Enseguida me dí cuenta del error, pero confíe en mi capacidad de improvisar para cuando llegara el momento. A los pocos minutos de que el  atroz pero salvador viento de las siete de la tarde nos abstrajera de las boludeces fingidas del santafesino, él interrumpió el divino silencio para aclararme que la invitación era sólo para mi, que si yo lograba reunirme con mis amigos antes del atardecer caducaba. Me dio muchísima risa que no tuviera vergüenza en excluir y empecé a sentirme tranquila porque no lo había juzgado de indeseable en vano.
Llegamos al reparado, cálido e iluminado hogar de Paqui, puse el agua para mi mate y preparé mis cuadernos para escribir un rato, organizar mi experiencia y concentrarme en que bil y bel llegaran esa noche al pueblo.  Mientras yo disfrutaba de estar sentada y en charla conmigo misma, se apareció y me informó que faltaban veinte minutos, por si me quería bañar o algo, que el avistamiento se producía entre las ocho y las ocho y veinte, que no nos podíamos demorar. Ya no era necesario que yo me esforzara más por contener la risa, asique le dije abiertamente que prefería tomarme el  mate y seguir existiendo sin él ni sus ovnis. A partir de ese momento no me habló nunca más y fue el único evento que podría catalogar como religioso del día.
Después se apareció Paqui, que todavía era buena y dulce, con la historia de que la ex senadora de Catamarca estaba ahí y que íbamos a amasar fideos. Me morí de amor por la pasta, por amasar con Paqui y por la historia de la mujer que no me quiso decir el nombre, pero que desde siempre iba  por lo menos una vez por mes  a Antofagasta para recorrer  la región sin decirle a nadie de su cargo y que hacía unos meses Paqui se había enterado que había sido  senadora pero que ya no era. Durante la cena aproveché a charlar con ella sobre todo lo que pude:  que me contara sobre la mina de mierda que está perdida entre caminos de ripio, sin médicos; que les llevan comida a los trabajadores cada quince días y se han muerto varias mujeres dando a luz porque no hay ni agua potable. Quise ir a conocer y empecé a fraguar algún plan, pero faltaba todavía que bel y bill llegaran. Me contó sobre las culturas indígenas del lugar y los logros en cuanto a reconocimiento y respeto; y desee lo mismo para los Quilmes de Tucumán. Finalmente confesó desilusionada que se había hartado del mundo de los políticos y había decidido no presentarse para que la reelijan en su cargo y seguir gestionándola por su lado. Había también un sanjuanino cincuentón que se dedicaba a llevar turistas de aquí para allá en su combi y aproveché para felicitarlo por su hermosa provincia y cálida gente y hacerle la pregunta que me venía interesado desde que conocí la zona: además de la corrupción, por qué creía él que Mendoza era tan rica y San Juan tan pobre teniendo las dos la misma geografía; además de que porque Mendoza se roba los ríos de toda la región. Y me contestó, de manera muy simple y asumida, que era por las distintas culturas de los europeos que habían colonizado, que los de sanjuán eran más perezosos mientras que los de mendoza más ahorrativos y de trabajo organizado; la verdad que me dejó conforme. 
Terminamos de comer, nos tomaron a todos la presión por la altura y sacaron un vino y los dados. A mitad del partido de diez mil mientras yo ganaba con mucha ventaja golpearon la puerta. Se apareció un tipo alto, flaco, desprolijo, feo y algo más que hacía que quisiera mantenerlo lejos pero todavía no sabía qué, pidió alojamiento y detrás de él estaban ellos! Mis amigos! Me habían encontrado! Gritamos, saltamos, nos abrazamos, me recriminaron que no los estaba esperando en la terminal, les recriminé que hubieran tenido el celular apagado; le sedí mis puntos a la ex política (era mi personaje preferido de la mesa, pero no los aceptó) y los llevé a la habitación que había conseguido.
Charlamos durante horas, tomamos el vino que yo había comprado para generar el momento cuando no podía hacer otra cosa y cada cual contó su versión del transcurso de las horas. A ellos los habían levantado enseguida de la rotondita y llevado a un pueblo fantasma en el que había hecho dedo todo el día sin noticias del colectivo. La gente del lugar había sido maravillosamente hospitalaria con ellos, les habían dado de comer y alojado en la sede de reuniones del pueblo, previo contarles lo entusiasmados que estaban por la mina que se iba a abrir en la zona,  por el museo de la mina que el gobierno provincial les estaba armando, por un hospital que les prometieron  y por los puestos de trabajo que se estaban intuyendo.  Todas las montañas maravillosas tienen minerales más maravillosos que las forman y a veces hasta yo misma no resisto la tentación de llevarme una piedrita, pero qué simbólicamente perverso es pensar que la tierra va a seguir siendo la misma cuando le sacan tantas cosas y a esas magnitudes. Ni que decir del uso de metales pesados para separar los minerales, la contaminación de la región y el riesgo para los que los manipulan. Es terrible que ninguno de ellos se haya dado cuenta no sólo de que el hospital, si se concretaba, iba a ser para los dañados o accidentados por la mina, si no que lo deberían haber  tenido siempre.  Que perverso que los comprenden con un museo, como si eso fuera cultura. Mucho más que la minería venga a ser la salvadora del desempleo de un pueblo aislado y pobre que justamente es así porque  la gente rica de la provincia así lo decidió cuando se morfó la plata para las rutas por ejemplo, haciendo que no puedan llegar siquiera camiones con alimento o gas.  Y esta mina no es famatina que llegó a los medios y me parece muy bien que así haya sido, es de un pueblo muy chico, muy perdido lejos de la capital y lamentablemente muy feliz con su museo. Estas son las cosas que me hacen sentir impotente, desesperanzada e insignificante.


Les conté del idiota, pero ya no era grave sino extremadamente divertido, y que se iría mañana de acampada solo a la olla del volcán para hacer contacto. Ahí mismo el hijo de puta de bil quiso que lo siguiéramos y nos le apareciéramos con las linternas en la mitad de la noche reclamando contacto. Cómo desee no haberle visto la cara de cordero degollado, ni sentir una especie de responsabilidad para con la historia de vida que me había confiado. Con toda la frustración del mundo me tuve que negar a hacer semejante proeza, todavía me da bronca haber sido la fuente y sentirme incapas de traicionarlo.
Al día siguiente paseamos, les mostré lo maravillada que estaba con el lugar y con su gente, les conté del viento y fuimos hasta las pinturas ruprestres. Empezamos a volver cuando se declararon incapaces de soportar más caminata a esa altura y nos apuramos cuando se nos antojó algo dulce. Pueblo, interior, siesta igual todo cerrado, nada dulce, o sea mates. Mientras esperábamos el agua caliente en la cocina de Paqui se apareció el personaje que me los había traído a empezarse a ganar su apodo lynchenao. Bil le contó se sentía apunado y David le dijo que eso era algo muy grave, que se podía morir y que él mismo ahora volvía de Tucumán de internar al otro chofer porque le había dado un derrame en la cabeza por la altura. Yo le dije que me había apunado un montón de veces sin hospitalizarme y bil le dijo que preferiría tomar un helado. El nuevo indeseable nos explicó la ubicación de todas las tiendas del pueblo para después aclarar que estarían cerradas por la siesta y ofrecernos mermelada de durazno y enojarse porque no la quisimos. Una vez que bel volvió del baño por fin nos pudimos ir. Después charlamos con Paqui que empezó a alardear sobre unas empanadas de carne que le iba a hacer al sobrino, le dimos a entender que queríamos y nos dio a entender que nos haría. Nos dormimos temprano porque los chicos estaban un poquito apunados y al día siguiente nos esperaba la difícil tarea de ver como volver. 
Amanecimos, desayunamos y  nos preparamos para las ansiadas empanadas. Almorzamos con Paqui y un vino (quisiera acordarme el nombre del vino porque era gracioso, pero no hay caso) y nos dijo en confesión que el personaje de película de David Lynch era el chofer de un micro de la universidad de tucuman que había venido a buscar a los arqueólogos que estaban estudiando las pinturas rupestres y que seguramente nos podían llevar hasta Amaicha del Valle. Los chicos querían ir a Tilcara, Jujuy y yo ya estaba curado de espanto sobre viajar sola por Catamarca, porque no había hipies, ni artesanos bohemios, ni otra gente viajando y me había aburrido muchísimo a pesar de lo maravilloso del paisaje; además de que no me sentía lista para separarme de ellos. Bil se tomó la botella de vino y tubo que ir a hacer la siesta y con bel nos fuimos a charlar y reírnos a la plaza del pueblo.
Al volver queríamos algo dulce, una vez más a la hora de la siesta, una vez más todo cerrado, una vez más a esperar el agua del mate.  Aproveché para ir al baño ya que estaba en la casa (nuestra habitación por ser más económica quedaba a la vuelta de la esquina) y después nos encomendaríamos a la difícil tarea de despertar a bil y planear la estrategia para que la gente de la universidad nos llevara de paso en el caso de que fueran canutos como nos intuíamos que eran.  Entré al baño y no pude no acordarme que ahí había conocido al santafesino de la única manera en que conozco gente en los baños compartidos de los hospedajes: malos entendidos sobre si la puerta está abierta o cerrada.  Cuando quise salir me quedé con el picaporte en la mano y escuché caer la otra parte al otro lado de la puerta. Me tenté muchísimo y empecé a llamar a bel sin gritar porque era horario de siesta. Apareció ella en la mirilla de la puerta más tentada que yo, pero no pudo arreglarlo, asique fue a llamar a Paqui. Rápidamente inspeccioné si había algún lugar para que me pasaran el paquete de galletitas que no había alcanzado a abrir pero estaba todo como si fuera blindado. Se escuchó la voz de Paqui maldiciendo que yo hubiera roto la puerta. ¿perdón? Ese picaporte estaba salido desde antes que llegáramos nosotros y la ratisíma no se dignaba a arreglarlo; que uno le pusiera onda y usara el baño igual bajo su propio riesgo de quedarse encerrado es otra cosa. Asique la dulce y cálida Paqui que ya se empezaba a transformar me putió un rato y se fue a pedir ayuda. Yo estaba más que tentada con la situación, muy consiente de que no debía discutir sobre mi culpabilidad hasta que me liberaran del baño.  Apareció bel con un cuchillo que debía ser grande y empezó a intentar algo que no entendí pero que tampoco logró. Llegó el chofer de David Lynch y al ver a bele dijo con su voz de ultratumba que ya no nos daba risa: tené cuidado (pausa macabra) es cuchillo es de metal y si se te cae encima te podés cortar (mueca macabra), y le sacó el cuchillo. Intentó en vano durante unos minutos restablecer cada cosa a su lugar. Como no pudo dijo que había que romper la puerta. Ahí sí que me pareció más grave la situación, porque la Paqui que ya había mostrado la hilacha me la iba a querer cobrar. Y le dije que primero lo hablara con Paqui. Me dijo que él no estaba para eso y que ahora me iba a quedar para siempre encerrada en ese baño, se escuchó caer la caja de herramientas y se fue. Yo esperé y como no pasaba nada la llamé a bel: bel, sigo encerrada. Todo en susurrus. Sí, ya se; dijo bel que apareció en la mirilla desde la cocina con el paquete de galletitas en mano. Boluda, el tipo este se enojó conmigo y se fue; con él teníamos que hablar para que nos lleve hasta Amaicha. Sí, ya se. Bueno, anda a despertar a bil para que venga a hacer algo de lo que hay que hacer y no podemos. Se fue. Silencio. Yo tentada, pero en silencio, porque si  me escuchaban reírme nadie me iba a ayudar a salir.
Al rato apareció otro señor, este amable y tratándome como si estar encerrada desde hacia media hora en el baño fuera un problema del cual yo era la víctima no la culpable. Me dijo que me corriera, tomó carrera y se abrió la puerta con el atrás: libertad! Me retuvo compadeciéndose de mi todo lo que pudo, hasta que me liberé de él también y pude ir a por el paquete de galletitas. Paqui me miraba feo mientras yo comía y yo le revoleaba los ojos; se apareció bil, todo colorado y lento y me miro con cara de qué hacés acá si me acaba de despertar bel para que te saque del baño. Le dije que ahora la prioridad era hablar con Lynch por el transporte y que él era el único que podía hacerlo porque se había enojado con bel y conmigo.  Nos reímos, se compadeció de la pobre paquita el muy chupamedias y le arregló la cerradura. 
Pasamos al primer inciso en cuanto a responsabilidades ahora que por fin nos habíamos logrado reunir y establecimos la siguiente estrategia: iría bil a decirle a Lynch que nadie nos había avisado que en ese pueblo no había cajero por lo que habíamos ido con poca plata que ya se estaba terminando, y que nos acabábamos de enterar que el bus hacia el cajero mas cercano llegaba en dos días y salía en tres y que no nos daba el presupuesto, que si por favor nos podían alcanzar hasta el próximo pueblo con red. Infalible, mi experiencia me ha enseñado que la gente siempre se apiada con los que tenemos problemas con los bancos ya que a todos los odian por igual. Antes que bil pudiera decir la mitad de chamuyo Lynch le dijo que si por el fuera si pero que dependía de los profesores por el seguro de responsabilidad civil de la facultad. Ahora si que estamos en el horno pensé yo pero no se los dije. En eso pasaron por la vereda 40 chicos de 17 años y Paqui nos dijo  que eran los arqueólogos; les preguntamos si nos podían llevar y nos dijeron que no, que no había lugar ni seguro para nosotros. Los odie.  Bil dijo que seria turno del siguiente portavoz del grupo y como bel estaba casi dormida me toco a mi ir a hablar con los profesores, como si no hubiera tenido yo ya suficiente en mi día en particular y de profesores en mi vida en general. Le encomendé a bil que le cancelara todo a Paqui y me fui a buscar el bus por el pueblo.
El bus estaba al lado de la policía que estaba al lado de un cajero. Puta madre, plan destartalado. En eso se apareció bil a decirme que Paqui le quería cobrar las empanadas, que mejor el me ayudaba con los profes y después juntos le peleábamos el precio a Paqui. En ese momento me sentí como si estuviera trabajando después de comer un asado: era incapas de disfrutar ninguna de las actividades que tenia prevista y debía resolverlas todas por obligación y muerta de sueño; y como hago siempre que debo hacer algo que no quiero, miré el reloj: me dí tres horas para estar alejándome de ese pueblo con todo resuelto y entregarme al sueño. 
Entramos al cajero confiando en que no ande y no tener que inventar otra estrategia y no prendía, no había ninguna posibilidad de que prendiera. No está activado dijo bil que de eso conoce, memorizamos el volazo, entramos en personaje y fuimos a hablar con los profesores que estaban hablando con los ratis mientras todos los pibitos que nos habían negado transporte miraban por la ventana y apuraban para irse. Había que llorar y de lo lindo. Cuando por fin hicieron la pausa en su amado declarar y burocratizar que patrimonio de la humanidad habían encontrado y se llevaban para estudiar mejor en San Miguel con la obligada y siempre inconclusa promesa de devolver, les pudimos hacer el actin y enseguida accedieron. Listo, una adentro, ahora Paqui.
La vieja de mierda no solo nos quería cobrar las empanadas que le habíamos ayudado a hacer, que habíamos comido los cuatro juntos y que nos había hecho creer que nos iba a regalar, sino que  además se le había ocurrido que como yo había estado tres días en vez de los 25 que habíamos arreglado le podía dar 30, porque sí. Yo me la quería morfar, bil quería ir a comprarle harina, tomate y cebolla (la carne llegaba en dos días con el bus) y bel estaba prácticamente desmayada pero con todas las mochilas puestas por si arreglábamos para irnos y agarradas por la inseguridad a la que estamos acostumbrados. Le dije con muchísima vergüenza que me daba muchísima vergüenza pero que habíamos entendido que nos la iba a regalar y que no teníamos esa plata. Y la vieja, que no se le caía la cara por nada ni por nadie, nos dijo que también nos había ayudado a conseguir transporte. Le bufé sin sonreírle ante tanta desilusión y ella dijo bueno y nos sacó la plata de la mano. Le pagábamos el hospedaje y a mi me tenía que dar 25 de vuelto. Se apareció al rato con el perro, la correa y el cuento de que lo iba a ir a sacar a pasear un rato, ni mención a mi vuelto. Ya me importaba un carajo la plata, era una cuestión de todo lo que me había desilusionado su persona, era desleal, traicionera, pijotera, manguera y se estaba haciendo la boluda con mi veinticinco pesos, yo que la había comparado para mis adentros con la santa de mi abuela! Bil no sabía como tranquilizarme y seguía insistiendo en comprarle morrones cuando abriera la tienda. La cuestión es que cuando volví le dije que nomas me diera 12 y se quedara con el resto, tuvo la osadía de decir que menos mal porque mas no tenía, le agarré la plata y no la miré nunca más. A los segunditos llegó el micro repleto de estos pibes egoístas que nos miraban por la ventana con cara de orto y hacían cualquier cosa para llamar la atención. Se abrió la puerta de adelante y ahí estaba él: gloriosamente macabro en su trono, bienvenidos! dijo el conductor de una película de David Lynch y bel dijo que le daba mala vibra y que no quería viajar con él. 

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