Unos segundos antes del viento
atroz de las siete de la tarde, el idiota del santafesino que había cambiado
rockearla por religión busca ovnis contó, interrogado por el catalán, que
además de en sueños los ve en las montañas y en puntos que ellos le dicen (en
sueños) y que estaba en ese pueblo para hacer contacto. Que interesante, dije
yo con todo mi ser poniéndole onda a la situación. Y entonces me invitó a
verlos subidos al cerro que estaba detrás del cementerio ese mismo atardecer. A
esa altura yo ya me había tomado la situación como una performance de actuación
y estaba tan empecinada en cumplir con mi papel
y a serle fiel a un personaje que me había inventado mientras él
hablaba, que le dije con mucho entusiasmo que sí. A veces me dejo llevar
demasiado y esos momentos son los que después fundamentan mi fobia e hipótesis de que hay que tener cuidado con la
gente, porque a veces uno se pierde en los vínculos. Enseguida me dí cuenta del
error, pero confíe en mi capacidad de improvisar para cuando llegara el
momento. A los pocos minutos de que el
atroz pero salvador viento de las siete de la tarde nos abstrajera de
las boludeces fingidas del santafesino, él interrumpió el divino silencio para
aclararme que la invitación era sólo para mi, que si yo lograba reunirme con
mis amigos antes del atardecer caducaba. Me dio muchísima risa que no tuviera
vergüenza en excluir y empecé a sentirme tranquila porque no lo había juzgado
de indeseable en vano.
Llegamos al reparado, cálido e
iluminado hogar de Paqui, puse el agua para mi mate y preparé mis cuadernos
para escribir un rato, organizar mi experiencia y concentrarme en que bil y bel
llegaran esa noche al pueblo. Mientras
yo disfrutaba de estar sentada y en charla conmigo misma, se apareció y me
informó que faltaban veinte minutos, por si me quería bañar o algo, que el
avistamiento se producía entre las ocho y las ocho y veinte, que no nos
podíamos demorar. Ya no era necesario que yo me esforzara más por contener la
risa, asique le dije abiertamente que prefería tomarme el mate y seguir existiendo sin él ni sus ovnis.
A partir de ese momento no me habló nunca más y fue el único evento que podría
catalogar como religioso del día.
Después se apareció Paqui, que
todavía era buena y dulce, con la historia de que la ex senadora de Catamarca
estaba ahí y que íbamos a amasar fideos. Me morí de amor por la pasta, por
amasar con Paqui y por la historia de la mujer que no me quiso decir el nombre,
pero que desde siempre iba por lo menos una
vez por mes a Antofagasta para
recorrer la región sin decirle a nadie
de su cargo y que hacía unos meses Paqui se había enterado que había sido senadora pero que ya no era. Durante la cena
aproveché a charlar con ella sobre todo lo que pude: que me contara sobre la mina de mierda que
está perdida entre caminos de ripio, sin médicos; que les llevan comida a los
trabajadores cada quince días y se han muerto varias mujeres dando a luz porque
no hay ni agua potable. Quise ir a conocer y empecé a fraguar algún plan, pero
faltaba todavía que bel y bill llegaran. Me contó sobre las culturas indígenas
del lugar y los logros en cuanto a reconocimiento y respeto; y desee lo mismo
para los Quilmes de Tucumán. Finalmente confesó desilusionada que se había
hartado del mundo de los políticos y había decidido no presentarse para que la
reelijan en su cargo y seguir gestionándola por su lado. Había también un sanjuanino
cincuentón que se dedicaba a llevar turistas de aquí para allá en su combi y
aproveché para felicitarlo por su hermosa provincia y cálida gente y hacerle la
pregunta que me venía interesado desde que conocí la zona: además de la
corrupción, por qué creía él que Mendoza era tan rica y San Juan tan pobre
teniendo las dos la misma geografía; además de que porque Mendoza se roba los
ríos de toda la región. Y me contestó, de manera muy simple y asumida, que era
por las distintas culturas de los europeos que habían colonizado, que los de
sanjuán eran más perezosos mientras que los de mendoza más ahorrativos y de
trabajo organizado; la verdad que me dejó conforme.
Terminamos de comer, nos tomaron
a todos la presión por la altura y sacaron un vino y los dados. A mitad del
partido de diez mil mientras yo ganaba con mucha ventaja golpearon la puerta.
Se apareció un tipo alto, flaco, desprolijo, feo y algo más que hacía que
quisiera mantenerlo lejos pero todavía no sabía qué, pidió alojamiento y detrás
de él estaban ellos! Mis amigos! Me habían encontrado! Gritamos, saltamos, nos
abrazamos, me recriminaron que no los estaba esperando en la terminal, les
recriminé que hubieran tenido el celular apagado; le sedí mis puntos a la ex
política (era mi personaje preferido de la mesa, pero no los aceptó) y los
llevé a la habitación que había conseguido.
Charlamos durante horas, tomamos
el vino que yo había comprado para generar el momento cuando no podía hacer
otra cosa y cada cual contó su versión del transcurso de las horas. A ellos los
habían levantado enseguida de la rotondita y llevado a un pueblo fantasma en el
que había hecho dedo todo el día sin noticias del colectivo. La gente del lugar
había sido maravillosamente hospitalaria con ellos, les habían dado de comer y
alojado en la sede de reuniones del pueblo, previo contarles lo entusiasmados
que estaban por la mina que se iba a abrir en la zona, por el museo de la mina que el gobierno
provincial les estaba armando, por un hospital que les prometieron y por los puestos de trabajo que se estaban
intuyendo. Todas las montañas
maravillosas tienen minerales más maravillosos que las forman y a veces hasta
yo misma no resisto la tentación de llevarme una piedrita, pero qué simbólicamente
perverso es pensar que la tierra va a seguir siendo la misma cuando le sacan
tantas cosas y a esas magnitudes. Ni que decir del uso de metales pesados para
separar los minerales, la contaminación de la región y el riesgo para los que
los manipulan. Es terrible que ninguno de ellos se haya dado cuenta no sólo de
que el hospital, si se concretaba, iba a ser para los dañados o accidentados
por la mina, si no que lo deberían haber
tenido siempre. Que perverso que
los comprenden con un museo, como si eso fuera cultura. Mucho más que la minería
venga a ser la salvadora del desempleo de un pueblo aislado y pobre que
justamente es así porque la gente rica
de la provincia así lo decidió cuando se morfó la plata para las rutas por
ejemplo, haciendo que no puedan llegar siquiera camiones con alimento o
gas. Y esta mina no es famatina que
llegó a los medios y me parece muy bien que así haya sido, es de un pueblo muy
chico, muy perdido lejos de la capital y lamentablemente muy feliz con su
museo. Estas son las cosas que me hacen sentir impotente, desesperanzada e
insignificante.
Les conté del idiota, pero ya no
era grave sino extremadamente divertido, y que se iría mañana de acampada solo
a la olla del volcán para hacer contacto. Ahí mismo el hijo de puta de bil
quiso que lo siguiéramos y nos le apareciéramos con las linternas en la mitad
de la noche reclamando contacto. Cómo desee no haberle visto la cara de cordero
degollado, ni sentir una especie de responsabilidad para con la historia de
vida que me había confiado. Con toda la frustración del mundo me tuve que negar
a hacer semejante proeza, todavía me da bronca haber sido la fuente y sentirme
incapas de traicionarlo.
Al día siguiente paseamos, les
mostré lo maravillada que estaba con el lugar y con su gente, les conté del
viento y fuimos hasta las pinturas ruprestres. Empezamos a volver cuando se
declararon incapaces de soportar más caminata a esa altura y nos apuramos
cuando se nos antojó algo dulce. Pueblo, interior, siesta igual todo cerrado,
nada dulce, o sea mates. Mientras esperábamos el agua caliente en la cocina de
Paqui se apareció el personaje que me los había traído a empezarse a ganar su
apodo lynchenao. Bil le contó se sentía apunado y David le dijo que eso era
algo muy grave, que se podía morir y que él mismo ahora volvía de Tucumán de
internar al otro chofer porque le había dado un derrame en la cabeza por la
altura. Yo le dije que me había apunado un montón de veces sin hospitalizarme y
bil le dijo que preferiría tomar un helado. El nuevo indeseable nos explicó la
ubicación de todas las tiendas del pueblo para después aclarar que estarían
cerradas por la siesta y ofrecernos mermelada de durazno y enojarse porque no
la quisimos. Una vez que bel volvió del baño por fin nos pudimos ir. Después
charlamos con Paqui que empezó a alardear sobre unas empanadas de carne que le
iba a hacer al sobrino, le dimos a entender que queríamos y nos dio a entender
que nos haría. Nos dormimos temprano porque los chicos estaban un poquito
apunados y al día siguiente nos esperaba la difícil tarea de ver como
volver.
Amanecimos, desayunamos y nos preparamos para las ansiadas empanadas.
Almorzamos con Paqui y un vino (quisiera acordarme el nombre del vino porque
era gracioso, pero no hay caso) y nos dijo en confesión que el personaje de
película de David Lynch era el chofer de un micro de la universidad de tucuman
que había venido a buscar a los arqueólogos que estaban estudiando las pinturas
rupestres y que seguramente nos podían llevar hasta Amaicha del Valle. Los
chicos querían ir a Tilcara, Jujuy y yo ya estaba curado de espanto sobre
viajar sola por Catamarca, porque no había hipies, ni artesanos bohemios, ni
otra gente viajando y me había aburrido muchísimo a pesar de lo maravilloso del
paisaje; además de que no me sentía lista para separarme de ellos. Bil se tomó
la botella de vino y tubo que ir a hacer la siesta y con bel nos fuimos a
charlar y reírnos a la plaza del pueblo.
Al volver queríamos algo dulce,
una vez más a la hora de la siesta, una vez más todo cerrado, una vez más a
esperar el agua del mate. Aproveché para
ir al baño ya que estaba en la casa (nuestra habitación por ser más económica
quedaba a la vuelta de la esquina) y después nos encomendaríamos a la difícil
tarea de despertar a bil y planear la estrategia para que la gente de la universidad
nos llevara de paso en el caso de que fueran canutos como nos intuíamos que
eran. Entré al baño y no pude no
acordarme que ahí había conocido al santafesino de la única manera en que
conozco gente en los baños compartidos de los hospedajes: malos entendidos
sobre si la puerta está abierta o cerrada.
Cuando quise salir me quedé con el picaporte en la mano y escuché caer
la otra parte al otro lado de la puerta. Me tenté muchísimo y empecé a llamar a
bel sin gritar porque era horario de siesta. Apareció ella en la mirilla de la
puerta más tentada que yo, pero no pudo arreglarlo, asique fue a llamar a
Paqui. Rápidamente inspeccioné si había algún lugar para que me pasaran el
paquete de galletitas que no había alcanzado a abrir pero estaba todo como si fuera
blindado. Se escuchó la voz de Paqui maldiciendo que yo hubiera roto la puerta.
¿perdón? Ese picaporte estaba salido desde antes que llegáramos nosotros y la
ratisíma no se dignaba a arreglarlo; que uno le pusiera onda y usara el baño
igual bajo su propio riesgo de quedarse encerrado es otra cosa. Asique la dulce
y cálida Paqui que ya se empezaba a transformar me putió un rato y se fue a
pedir ayuda. Yo estaba más que tentada con la situación, muy consiente de que
no debía discutir sobre mi culpabilidad hasta que me liberaran del baño. Apareció bel con un cuchillo que debía ser
grande y empezó a intentar algo que no entendí pero que tampoco logró. Llegó el
chofer de David Lynch y al ver a bele dijo con su voz de ultratumba que ya no
nos daba risa: tené cuidado (pausa macabra) es cuchillo es de metal y si se te
cae encima te podés cortar (mueca macabra), y le sacó el cuchillo. Intentó en
vano durante unos minutos restablecer cada cosa a su lugar. Como no pudo dijo
que había que romper la puerta. Ahí sí que me pareció más grave la situación,
porque la Paqui que ya había mostrado la hilacha me la iba a querer cobrar. Y
le dije que primero lo hablara con Paqui. Me dijo que él no estaba para eso y
que ahora me iba a quedar para siempre encerrada en ese baño, se escuchó caer
la caja de herramientas y se fue. Yo esperé y como no pasaba nada la llamé a
bel: bel, sigo encerrada. Todo en susurrus. Sí, ya se; dijo bel que apareció en
la mirilla desde la cocina con el paquete de galletitas en mano. Boluda, el
tipo este se enojó conmigo y se fue; con él teníamos que hablar para que nos
lleve hasta Amaicha. Sí, ya se. Bueno, anda a despertar a bil para que venga a
hacer algo de lo que hay que hacer y no podemos. Se fue. Silencio. Yo tentada,
pero en silencio, porque si me
escuchaban reírme nadie me iba a ayudar a salir.
Al rato apareció otro señor, este
amable y tratándome como si estar encerrada desde hacia media hora en el baño
fuera un problema del cual yo era la víctima no la culpable. Me dijo que me
corriera, tomó carrera y se abrió la puerta con el atrás: libertad! Me retuvo
compadeciéndose de mi todo lo que pudo, hasta que me liberé de él también y
pude ir a por el paquete de galletitas. Paqui me miraba feo mientras yo comía y
yo le revoleaba los ojos; se apareció bil, todo colorado y lento y me miro con
cara de qué hacés acá si me acaba de despertar bel para que te saque del baño.
Le dije que ahora la prioridad era hablar con Lynch por el transporte y que él
era el único que podía hacerlo porque se había enojado con bel y conmigo. Nos reímos, se compadeció de la pobre paquita
el muy chupamedias y le arregló la cerradura.
Pasamos al primer inciso en
cuanto a responsabilidades ahora que por fin nos habíamos logrado reunir y
establecimos la siguiente estrategia: iría bil a decirle a Lynch que nadie nos
había avisado que en ese pueblo no había cajero por lo que habíamos ido con
poca plata que ya se estaba terminando, y que nos acabábamos de enterar que el
bus hacia el cajero mas cercano llegaba en dos días y salía en tres y que no
nos daba el presupuesto, que si por favor nos podían alcanzar hasta el próximo
pueblo con red. Infalible, mi experiencia me ha enseñado que la gente siempre
se apiada con los que tenemos problemas con los bancos ya que a todos los odian
por igual. Antes que bil pudiera decir la mitad de chamuyo Lynch le dijo que si
por el fuera si pero que dependía de los profesores por el seguro de
responsabilidad civil de la facultad. Ahora si que estamos en el horno pensé yo
pero no se los dije. En eso pasaron por la vereda 40 chicos de 17 años y Paqui
nos dijo que eran los arqueólogos; les
preguntamos si nos podían llevar y nos dijeron que no, que no había lugar ni
seguro para nosotros. Los odie. Bil dijo
que seria turno del siguiente portavoz del grupo y como bel estaba casi dormida
me toco a mi ir a hablar con los profesores, como si no hubiera tenido yo ya
suficiente en mi día en particular y de profesores en mi vida en general. Le
encomendé a bil que le cancelara todo a Paqui y me fui a buscar el bus por el
pueblo.
El bus estaba al lado de la
policía que estaba al lado de un cajero. Puta madre, plan destartalado. En eso
se apareció bil a decirme que Paqui le quería cobrar las empanadas, que mejor
el me ayudaba con los profes y después juntos le peleábamos el precio a Paqui.
En ese momento me sentí como si estuviera trabajando después de comer un asado:
era incapas de disfrutar ninguna de las actividades que tenia prevista y debía
resolverlas todas por obligación y muerta de sueño; y como hago siempre que
debo hacer algo que no quiero, miré el reloj: me dí tres horas para estar
alejándome de ese pueblo con todo resuelto y entregarme al sueño.
Entramos al cajero confiando en
que no ande y no tener que inventar otra estrategia y no prendía, no había ninguna
posibilidad de que prendiera. No está activado dijo bil que de eso conoce,
memorizamos el volazo, entramos en personaje y fuimos a hablar con los
profesores que estaban hablando con los ratis mientras todos los pibitos que
nos habían negado transporte miraban por la ventana y apuraban para irse. Había
que llorar y de lo lindo. Cuando por fin hicieron la pausa en su amado declarar
y burocratizar que patrimonio de la humanidad habían encontrado y se llevaban
para estudiar mejor en San Miguel con la obligada y siempre inconclusa promesa
de devolver, les pudimos hacer el actin y enseguida accedieron. Listo, una
adentro, ahora Paqui.
La vieja de mierda no solo nos
quería cobrar las empanadas que le habíamos ayudado a hacer, que habíamos
comido los cuatro juntos y que nos había hecho creer que nos iba a regalar, sino
que además se le había ocurrido que como
yo había estado tres días en vez de los 25 que habíamos arreglado le podía dar 30,
porque sí. Yo me la quería morfar, bil quería ir a comprarle harina, tomate y
cebolla (la carne llegaba en dos días con el bus) y bel estaba prácticamente
desmayada pero con todas las mochilas puestas por si arreglábamos para irnos y
agarradas por la inseguridad a la que estamos acostumbrados. Le dije con
muchísima vergüenza que me daba muchísima vergüenza pero que habíamos entendido
que nos la iba a regalar y que no teníamos esa plata. Y la vieja, que no se le
caía la cara por nada ni por nadie, nos dijo que también nos había ayudado a
conseguir transporte. Le bufé sin sonreírle ante tanta desilusión y ella dijo
bueno y nos sacó la plata de la mano. Le pagábamos el hospedaje y a mi me tenía
que dar 25 de vuelto. Se apareció al rato con el perro, la correa y el cuento
de que lo iba a ir a sacar a pasear un rato, ni mención a mi vuelto. Ya me
importaba un carajo la plata, era una cuestión de todo lo que me había
desilusionado su persona, era desleal, traicionera, pijotera, manguera y se
estaba haciendo la boluda con mi veinticinco pesos, yo que la había comparado
para mis adentros con la santa de mi abuela! Bil no sabía como tranquilizarme y
seguía insistiendo en comprarle morrones cuando abriera la tienda. La cuestión
es que cuando volví le dije que nomas me diera 12 y se quedara con el resto,
tuvo la osadía de decir que menos mal porque mas no tenía, le agarré la plata y
no la miré nunca más. A los segunditos llegó el micro repleto de estos pibes
egoístas que nos miraban por la ventana con cara de orto y hacían cualquier
cosa para llamar la atención. Se abrió la puerta de adelante y ahí estaba él:
gloriosamente macabro en su trono, bienvenidos! dijo el conductor de una
película de David Lynch y bel dijo que le daba mala vibra y que no quería
viajar con él.
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