martes, 17 de julio de 2012

Uyunis hermosos, petelikers gou joum



De Villazón tomamos el legendario tren a Uyuni corriendo en medio de una lluvia torrencial que duró más de tres horas, porque no sabíamos la diferencia horaria y creíamos perderlo. En la hora (de diferencia horaria que hay entre Argentina y Bolivia) que tuvimos de espera, totalmente aburridos y mojados en la terminal de trenes, todos juramos y perjuramos haber aprendido la lección y nunca más entrar a un país sin averiguarlo. En mi caso debo reconocer  que no aprendí nada y que pasé varias veces por el mismo problema.
El tren económico que nos tomamos fue mucho más incómodo de lo que esperábamos y hasta a mi, que siempre duermo de terminal a terminal me fue imposible.  En las 14 hs que pasamos en esos asientos rectos, duros e imposibles de reclinar, con poquitísimo espacio para los pies, además de cuidar nuestras pertenencias nos dedicamos a jugar con los gorros que nos habíamos comprado y a comer la interminable ensalada con la verdura que monk había comprado y que yo había creído que no alcanzaría ni para una sola comida, pero duró como seis. Cada vez que entró a un país me maravillo por su cultura, todo me parece lo más curioso y me dedico a investigar y a hacer mil preguntas sobre todo lo que se ocurre como si estuviera en trance de satisfacción, pero ninguna comida me llena. Es un problema de ansiedad y supongo que entre otras cosas expresa la inseguridad de estar en OTRO lado y todas las incertidumbres, que por más que nos encanten y las elijamos, para el psiquismo no son gratis. Cuestión que viajaba con tres hombres y yo comía los dos platos de comida que me correspondían de lo que cocinábamos más las sobras de los tres y no lograba llenarme. Y eso que todavía había mate y yo todavía tenía mi tabaco argentino para armar.  Me moría de hambre todo el tiempo y comía hasta que se me terminaba la comida, pero sin quedarme tranquila. Y no engorda, decía mon. No, la ansiedad se consume todo, decía yo, me pasa siempre.
Uyuni como ciudad fue una mierda. Me hacía acordar a Tilcara. Había gente muy humilde, muy buena, que nos ayudó y nos asesoró en lo que necesitamos. En los mercados nos trataron espectacular y en las agencias de buses también y hasta empezaron a aparecer aymaras; pero había muchos extranjeros que habían puesto hostels y hablaban otros idiomas (todos gringos) y nos maltrataron. Muy mal educados e irrespetuosos y con precios desorbitantes, todo para gringos (nosotros dormimos en la terminal). Una mierda. Cerca de la plaza había un mural con una chola llevando en su guajo a un gringo con cara de boludo insolado y abajo decía: no olvides que la fuerza de Bolivia son sus mujeres. Fue raro, a mi al principio no me gustó, porque no quería que la chola cargara al gringo de mierda y sentía que se legitimaba la diversión del gringo sobre sus espaldas. Pero también significaba su pedido de respeto y eso de su cultura era lo tan distinto a mi que yo quería entender. Y me gustó porque también podía significar que el gringo boludo no podía caminar solo y necesitaba que la chola lo lleve.
Hasta Uyuni yo nunca había odiado tanto a los gringos; pero me horroricé. Despreciaban todo, se quejaban y burlaban a los gritos. Para qué van y por qué no se vuelven si no les gusta? Me hizo sentir muy mal como ser humano que hubiera (tanta) gente que va un lugar porque es barato y se queda para poder hacerse el señor y despreciar y humillar, esa es para mi la miseria humana. Ojalá se mueran todos en diciembre de 2012. En menos de cinco minutos se me terminaron la tolerancia y las ganas de pensar que no todos son así y con el chaman (el señor pum a veces oficiaba de chaman) les empezamos a gritar “petelikers gou joum”. La verdad no me hizo sentir mejor y quedé bastante manija de sacarme toda la bronca.
La mayoría de los bolivianos con los que hablábamos acababan de ser maltratados por un gringo de mierda (repito universo, deseo que se mueran todos los que se creen que pueden maltratar a alguien o creen que son mejor que cualquiera otra persona en el 2012). En la primera frase eran cortantes, pero al ver que los tratábamos con amabilidad, respeto y sobre todo interés por su cultura nos respondían de la misma manera. Esta actitud también entra en lo que yo llamo la Resistencia Boliviana, porque éran capaces de resistir la marginación que les imponían los greengos de mierda en su propio territorio, darse cuenta de que nosotros éramos diferentes y hacer la diferencia. Yo los amaba, a todos, en todo instante. Cada tanto aparecía algunito que nos hablaba o miraba feo, pero ante semejante despliegue de poder, dinero y humillación, yo no pude enojarme (hasta hablaban a los gritos en inglés o hebreo para burlarse los hijos de puta).
No fuimos al salar de Uyuni porque estaba inundado (y porque la mala vibra ganó las discusiones) y fue lo más gracioso de todo el asunto. Lo que sí hicimos fue conseguir un mapa, que ortivamente como no puede ser de otra manera para  uno de los íconos de la división de la tierra, nos auguró separación. Los pos se íban a la Paz y oki a potosí. Potosí era lo que yo más quería conocer de Bolivia, pero ya sabía lo que iba a pasar si empezaba por ahí, iba a querer seguir haciendo sólo lo que quería y me iba a perder las ciudades. Me acordé de bsas, de lima, de Bogotá, y me pareció que lo mejor para mí sería conocer la capital con los capitalinos, acostumbrados a moverse en la vorágine.
Nos despedimos de oki con mucha emoción y la promesa de encontrarnos en 15 días en santa cruz para un supuesto festival de música barroca que me había dicho un imbécil que había. Yo había visto fotos de gente disfrazada y nos habíamos imaginado a todos desfilando disfrazados de barrocos por la calle y oki el trip de su vida. La desilusionante verdad de lo que pasó fue que se trataba de un evento religioso, puertas de la iglesia para adentro, con entradas carísimas y oki ni siquiera fue. Asique esa fue la ultima vez que lo vi al Cordobazo culeao, saludando desde arriba del bondi (lapsus marplatense). Como si no hubiéramos estado lo suficiente maravillados con los locales de Uyuni, la gente del bus le preguntó a oki si viajaba solo y le dijo que llegaba a las 6 am, que como era peligroso podía quedarse y dormir en el bus. Monk, pum y yo sonreímos embelesados y supongo que con la boca abierta y bastante cara de pelotudos.
Nosotros no tuvimos tanta suerte, nada de suerte- nuestro bus estaba lleno de gringos, yunkies, israelís, italianos e ingleses; uno más facho e irrespetuoso que el otro. Los pos como todos los novios del mundo se sentaron juntos para no separarse nunca de los jamases y a mi me tocó como siempre con alguien más ancho que yo (es una especie de karma que he descubierto que tengo). Mi compañera “judía, la oveja obesa” así la bauticé, porque era gorda y tenía rulitos chiquititos en el pelo y por lo que me dijo. Me pidió disculpas y me confesó que como judía e israelí se sentía avergonzada por sus compatriotas. Yo le dije que no se preocupara, que ya sabemos que no hay que generalizar y que el que lo hace no vale la pena. Ella viajaba con su novia que iba en el asiento de atrás y se hacían caricias. Yo quise cambiarle hasta que ví al cholo gigantísimo que le tocó a la novia de judía la oveja obesa y desistí.
Ese también fue el peor viaje de mi vida. Me bajaba la presión a cada rato, tenía el estómago revuelto y entraba polvo sin cesar por los miles de agujeros que tenían las paredes. De las 19 hs que hay entre Uyuni y La Paz, las 6 primeras son sobre camino de ripio y todo el tiempo en subida, bajada, curva y re curva entre las montañas; una belleza insufrible. Aunque el bus sea de primer nivel, que no era el caso, uno se va cayendo del asiento con tanto ajetreo. Es horrible.  Pararon el bus para que pudiéramos hacer pis en un comedor y me bajó la presión 4 o 5 veces; fuerte, la última mientras hacía pis a oscuras sola. Fue espantoso, pero por suerte apareció mi chamán salvador a buscarme porque el bus arrancaba, me compró un dulce y pagó el baño que no sabía que había que pagar.
Si algo amo de cuando me baja la presión o vomito es que cuando se me pasa, se me pasa del todo, y después de eso dormí de un tirón hasta la terminal. Escuchando música hasta que le duró al batería al mp3, profundo, pesado, con mis sueños placenteros de siempre y con una sonrisa de mueca dijeron los chicos, camino a la paz. 

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