Apenas vi que un ojo me guiñaba
la tierra, le pedi que a su antojo dispusiera de mi; ella me dio las llaves de
la ciudad prohibida, yo todo lo que tengo, que es nada, se lo ofrecí. Dicen que a veces San Pedro se apiada de los
que lo saben encontrar y baja a abrirles durante unas horas las puertas del
cielo para que sepan lo que es.
Después de pasear diez días sola por el
interior de la provincia de Catamarca intentando comprender las enseñanzas
tucumanas y la selva catamarqueña que fue una sorpresa, planté una semilla y le
pedí al universo según las leyes de Deeprak Chopra conocer amigos para
compartir todo eso. Después de un baño y
la religiosa siesta de todo norteño conocí a bill y bel, o bele y Billy camino
al pueblo de Londres. Como no podía ser de otra manera con las amistades
instantáneas, me invitaron a acampar con ellos en el Shinkal. Tomamos una
cerveza para evaluar si de verdad seríamos amigos (con demasiada prisa tiende el
solitario la mano a aquel con quien se cruza, y yo quiero que tus manos tengan
también garras, me había dicho Zaratustra). Aprobamos en medio de corridas al
bus, arrastradas de carpa, imposibilidad de devolverle el envase a la sra. y
quien sabe cuantas cosas más. Enseguida nos entendimos con muchas rizas y
bizarreadas, pero sin falta de charlas sobre el universo, la energía y todo lo
que nos había unido. Bel estaba enamorada del oleo de un hombre con sombrero,
bill con ganas de elegir mejor a su próximo amor y yo me identificaba con ambos;
vacacionaban descansando en el noa de su vida en la ciudad.
Pasamos una semana acampando,
cocinando a leña, bañándonos en la pileta del camping, recorriendo las míticas
ruinas absorbidas por la selva y charlando; charlando mucho. Los dos creían en
la energía; bel más mística, bill más computarizado y yo con muchas ganas de
entender lo que no se ve del mundo, pero muy ateisima también. Y pasábamos
horas de conversación en torno a lo mismo hasta que siempre se llegaba al mismo
punto: bill decía que si se tiraba de un precipicio se moría y con bel no
podíamos hacerle entender que eso era lo que le habían enseñado, que no tenía
pruebas de que así fuera, que había mil posibilidades de que pasara otra cosa
sumadas a todo lo que no podíamos imaginarnos todavía. Y de ahí pasábamos al
miedo que nos impide ser más libres, a toda nuestra sociedad edificada sobre
engendrarnos miedo para obedecer sin transgredir. En la suma de todos los miedos que pone los
límites a nuestras relaciones, haciéndonos esclavos de las diferencias que nos
separan y fanáticos de esas separaciones. Todo lo que podríamos amarnos si no
nos tuviéramos miedo.
Siempre valoré los miedos sobre
los estados de angustia, porque el miedo tiene caras y nombres y se los puede
enfrentar; mientras que la angustia, la tan conocida angustia existencial no
pasa de ser un agujero como me dijo una vez la psicóloga, alrededor del cual
poner palabras pero nunca desde adentro. La angustia es contemplativa
paralizante y miedo, para los que nos gusta superarnos, es motor si uno tiene
esa vocación.
Es muy lindo imaginar como
seríamos sin tantas restricciones, si esta sociedad no nos hubiera puesto
tantos limites en cuanto a los deseos y la manera de percibir las cosas. Imaginar
una realidad como movimiento y tránsito con una mayor integración de uno con la
Pacha y unos sentidos más participativos.
Y pensábamos en sociedades sin tanta exclusión de los muertos o enfermos
que los conciben entre ellos caminando en otra dimensión, en las que lo
negativo formara parte del ser feliz de ese momento y de siempre. Con otra
concepción del tiempo también en la que todos los instantes estén presentes
para dar realidad a ese segundo, que solo es posible por todos sus antecedentes
fundadores y presentes aquí, ahora y mañana.
Cuando uno comienza a charlar
sobre lo que le molestan los límites, lo que haría sin ellos surge sin más y
todo fluye. Durante las noches contemplábamos las estrellas y nos era posible
imaginar que estaban en tránsito como todo lo demás, y que los flujos de
energía viajaban de una hacia otra, felices. Intermitentes, recorriendo el
espacio y formando sus constelaciones. ¿Nos sería posible ver esas
constelaciones de manera tan clara alguna vez? Y veíamos miles de estrellas
fugaces y les pedíamos como único deseo seguir viendo por unos instantes más su
cola brillante en el cielo oscuro. Porque si
vamos a desconfiar de la percepción hay que desconfiar de su tiempo e
intensidad también.
Bele contó que entre todo lo que
había leído sobre la Pacha, había seres que habitaban en los árboles, en las
plantas, en la tierra y en las piedras.
Y que estaban todos en tránsito constante, sin detenerse y sin tiempos.
Describió la estética de estos seres, autóctonos, precolombinos y diabólicos.
Pero lo maravillo de esos momentos era que los imaginábamos de manera
integrada, concientes de que esos seres estaban, estuvieron y estarían siempre
presentes en la realidad, solo que formaba parte de nuestra cultura tenerles
miedo o rechazo. Deseamos que sabiduría de esa concepción nos acompañara más
allá de esos momentos.
También fantaseábamos con cuatro
luces energéticas verde, roja, amarilla
y azul que transitan por el contorno de
las personas dejando su estela de luz atrás, delimitando su figura. Queríamos
más conexión con la tierra y la vida e imaginábamos eso como sentir en nuestro
interior el retumbe cada vez que alguien caminaba, escuchar el viento y los
sonidos de los colores, verle el aura violeta a los perros y sentir el sol.
Una noche en uno de nuestros
fogones mientras esperábamos la comida, volvimos a la discusión de siempre y
bill dijo que por más de que consiguiéramos convencerle, si él tiraba su palo
de caminar al suelo no se iba a iluminar el lugar; justo pasó uno de los perros detrás de él y
le golpeó el codo haciendo que suelte el palo, y el palo cayó sobre el botón de
la linterna y esta se encendió iluminado la noche, como bill había jurado que
sería imposible. Nos reímos y le pedimos por favor que con esa prueba se
terminaran tantas discusiones en torno a lo mismo, el tiempo dirá si así
sucede, pero el horrible gusto a espárragos quemados de la sopa de bele nos
acompañó unos cuantos días.
hola, siento que es tan cierto lo que escribes aquí que por alguna razón me recuerdas tanto a mi, a esa felicidad plena de saber que si, q siii!! que los árboles viven, que pueden saludarme, que la tierra es muy noble y para nada egoísta como nosotros.... pero sabes? ( aqui viene la parte extraña que nu ca creía sentiría) camino a candarave ( sierra de tacna) sentí que era demasiada naturaleza en mi, sentí vértigo y de pronto apareció en mi la idea de que ni la mas bella e inmensa naturaleza puede lograr que sea perenne mi paz y el amor que anhelo, la tranquilidad que busco y parece escurridiza. Que se supone que ahora también siento que la naturaleza no puede salvarme y no me es suficiente???
ResponderEliminarSoy silvana itati y bueno sólo queda seguir y contarte que en el fondo sé q es mentira lo q de pronto se me ocurrió, ya falta poquito y volveré a confiar plenamente en que SI , la naturaleza puede salvarme y con suerte mimetizarme a ella. un abrazo
Me imaginé que eras vos. Las luchas internas, la posibilidad de perder esa paz escurridiza, que nada alcance y todos nuestros egoismos también pueden ser parte de aceptar que todo tiene matices y que forme parte del todo que tanto amamos. Como los demonios precolombinos que a veces no nos asustan.
ResponderEliminary no tienes que mimetizarte con la naturaleza porque somos naturaleza! mil cariños!
Me encanta tu escritura Ita,
ResponderEliminarNo sabía que escribias tan lindo!
Soy tu seguidora, ,lo que me intriga es que le pongas nombres de personajes graciosos a tus compañeros de jornada, eso hace la lectura más amena
te re felicito!
se viene el libro cuando vos te vengas!
abrazos y amor